Capítulo 3: La Maldición del Destino

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Narrador omnisciente

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Narrador omnisciente

Pero todo tiene una debilidad, y Meliodas encontró la suya.

Era una sacerdotisa de la raza de las diosas.

Elizabeth.

Cabello blanco como la nieve, alas tan puras como la luz del día, y unos ojos azules llenos de bondad. Desde el momento en que la vio, Meliodas sintió algo que nunca había experimentado antes. Algo más fuerte que la guerra.

El amor.

Cada vez que se veían en secreto, Meliodas cambiaba

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Cada vez que se veían en secreto, Meliodas cambiaba. Sus ojos, antes negros e imponentes, adquirieron un tono verde brillante. Su vestimenta también cambió: ahora vestía un pantalón verde con cadenas en los bolsillos y una chaqueta corta del mismo color, siempre con su espada al costado.

Pero lo más importante era que Meliodas ya no sentía el mismo odio por la raza de las diosas.

Él y Elizabeth se enamoraron profundamente.

Pasaron los meses, y Meliodas no podía contener más su felicidad. Quería compartirla con su hermanita menor, Melissa.

—Melissa —susurró Meliodas una noche, entrando en su habitación sin hacer ruido.

La pequeña, de apenas cinco años, frotó sus ojitos azules y se incorporó en su enorme cama cubierta de mantas negras y rojas.

—¿Meliodas? —bostezó—. ¿Qué pasa?

Meliodas sonrió y la tomó en brazos.

—Quiero presentarte a alguien muy especial.

Melissa ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Alguien especial?

—Sí —Meliodas rió suavemente—. Es la persona que más amo en este mundo.

Melissa parpadeó sorprendida.

—¿Más que a mí?

Meliodas fingió pensarlo.

—Mmm... bueno, digamos que es un tipo de amor diferente.

Melissa frunció los labios, pero asintió.

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