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La mañana pasó lenta, Brannock nos dejó descansar cuanto necesitasemos y mentalizarnos de todo lo que vendría una vez llegados al Capitolio.

Supimos que la paz que se respiraba en el vagón gracias al silencio y el olor a la comida llegaba a su fin cuando Pearce habló.

─ Ahí está ─ dijo rompiendo el silencio.

Edgar y yo miramos por la ventana nada más escucharlo, viendo los grandes e impresionantes edificios color metal, con altos picos y ventanales de cristal.

Mi hermano fue el primero en levantarse de los sillones, se acercó a una ventana y apoyó sus manos en el cristal.

─ ¡Mira Adahlia! ─ dijo emocionado.

Yo no podía hacerlo, no podía sentirme igual que él, pues no estábamos aquí como turistas ni invitados.

Estábamos aquí para algo mucho peor, y el poder ver esos edificios que gritaban las palabras "ricos" y "comodidad" solo era un golpe de realidad.

Ojalá pudiera disfrutar de estas vistas tan increíbles, ojalá pudiera admirar la belleza del lago y los grandes edificios.

Pero aún así, como llevaba haciendo durante todo el viaje, guardé mis sentimientos y me levanté para colocarme al lado de mi hermano y poner una sonrisa al igual que él.

Iba a protegerlo, eso lo tenía claro, pero también quería hacerle más liviana esta mala experiencia.

Y si a mi hermano le emocionaba ver la grandeza del Capitolio, yo le acompañaría en ello...hasta que me tocara ponerle los pies sobre la tierra y recordarle el porqué estábamos aquí.

No tardamos ni siquiera cinco minutos cuando pudimos escuchar un gran barullo, y a los segundos ver cómo una inmensa cantidad de personas aplaudían emocionados

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No tardamos ni siquiera cinco minutos cuando pudimos escuchar un gran barullo, y a los segundos ver cómo una inmensa cantidad de personas aplaudían emocionados.

Edgar me miró con los ojos y la boca abiertos, sin esperarse este recibimiento, y yo no oculté mi asombro, pues tampoco pensaba que tuvieran tanta emoción.

─ Vamos muchachos, saludar ─ nos dijo Pearce levantándose de su asiento.

Haciéndole caso, cada uno levantamos nuestra mano y comenzamos a saludar mientras poníamos una sonrisa. La mia un poco forzada, pero la de Edgar...era real, le gustaba esto.

Cuando el tren paró y la puerta se abrió el barullo se hizo mucho más grande, pues las paredes ya no lo opacaban.

─ ¡Ya vienen los hermanos! ─ gritaba uno

─ ¡Bienvenidos! ─ gritaba otro

─ ¡Ya quiero conocerlos! ─ se escuchaba del gentío.

Los dos nos dirigíamos a la puerta de salida cuando Ophelia nos paró. Sin decirnos nada y con un rostro serio se puso delante de Edgar y acomodó su camisa y sus rizos, y al terminar alistó la falda de mi vestido y puso un mechón de pelo en mi hombro, así arreglando nuestras apariencias.

─ Ahora sí, deslumbrad con vuestra unión ─ dijo confiada.

Se apartó de nuestro camino y nos dejó vía libre para salir del tren, donde fuera ya nos esperaba Pearce.

Antes de salir me puse enfrente de Edgar y apoyé mis manos en sus hombros, cuando obtuve su atención respiré hondo haciendo que él repitiera la acción y los dos suspiramos relajando así nuestros cuerpos. Con una sonrisa un poco más tranquila besé mi dedo índice y él dibujó una línea horizontal sobre su corazón.

Nuestra seña familiar.

Con un asentimiento de cabeza cogí su mano, sintiendo como la tenia sudada por los nervios, y comenzamos a caminar hacia la salida.

Lo primero que vi fue la muchedumbre, todos con extraños peinados, exóticos maquillajes y despampanantes vestuarios, pero sobre todo, tenían grandes sonrisas y los aplausos aún sonaban sin cesar. Sus coloridas presencias resaltaban entre el blanco y metal de los edificios del Capitolio y sus gritos de emoción rompían cualquier silencio.

Miré a Pearce, quien estaba a un lado de la puerta, ya habiendo bajado del tren. Estaba con su chaqueta de traje bien arreglada y con una postura muy recta y orgullosa, tenía una sonrisa segura en el rostro y me asintió con lentitud para decirme que todo estaba bien.

Estábamos teniendo un buen recibimiento.

Entonces una idea llegó a mi cabeza.

Ellos solo querían entretenimiento, que los tributos fueran llamativos.

El haber salido del tren con las manos cogidas había sido bueno, pero les daría más.

Con confianza, y sabiendo lo que haría, levanté nuestras manos unidas al cielo, fingiendo emoción.

Edgar me miró extrañado pero sin quitar su sonrisa, yo simplemente le guiñé el ojo para que me siguiera el juego. Él entendió a la perfección, pues al instante removió nuestros brazos alzados dándole más bombo a nuestro gesto.

Y esto le encantó a la gente.

Los gritos, aplausos y palabras emotivas seguían vivos.

Ellos mismos dieron un significado a nuestro gesto: aquí estamos, orgullosos de representar nuestro distrito y participar en los Juegos del Hambre.

Eso pensaban ellos

Pero que equivocados estaban.

Una vez alejados de los fanáticos y dentro de un edificio nos separaron de Pearce y Ophelia y nos dirigieron a una sala un tanto oscura

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Una vez alejados de los fanáticos y dentro de un edificio nos separaron de Pearce y Ophelia y nos dirigieron a una sala un tanto oscura.

─ Quitarse toda la ropa y ponerse estas batas. Vendré a por vosotros en unos minutos ─ dijo sin emoción alguna una mujer vestida de blanco.

Cogimos las batas que nos tendió y nos miramos un poco extrañados, pero antes de que la mujer saliera de la sala le hablé.

─ Perdone ¿mi hermano y yo podríamos permanecer juntos? ─ pregunté llamando su atención.

Pero como respuesta recibí el silencio y que me mirara con un ceja alzada, se me quedó mirando por unos segundos con ese mismo gesto y finalmente cerró la puerta.

Resoplé molesta.

─ Tanta educación nos pedía Ophelia y ellos son peores ─ murmuré entre dientes, haciendo que Edgar soltara una pequeña risa.

─ ¿De verdad tenemos que ponernos esto? ─ me preguntó mi hermano mirando el trozo de tela que nos habían dado.

Era demasiado fino y llegaría por encima del muslo, haciendo que no tuviéramos ninguna gana de salir así vestidos.

Aún así suspiré y asentí.

─ Acuérdate de lo que nos dijo Pearce en el tren, ahora nos lavarán y quitarán toda la suciedad que tengamos, con esta bata les será mucho mas fácil el trabajo ─ le expliqué.

Asintió terminando de estar de acuerdo y le sonreí dulcemente como siempre hacía.

Miré al final de la pequeña sala, donde habia una cortina corredera. Fui hasta ella y la desplegué, haciendo que la sala se dividiera en dos y cada uno tuviéramos privacidad para cambiarnos.

[PAUSADA] EL DISTRITO 10 || Los Juegos del Hambre <Peeta>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora