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Los funerales suelen ser el final de una trayectoria. A veces corta, unas veces extensas y en su mayoría confusa. El otoño se muere lentamente y el invierno da sus primeros pasos precisamente en este momento. El rastro de mi respiración es largo, como si mi alma quisiese escapar de mi cuerpo. Observo a las personas a mi alrededor, sus lágrimas caen por sus mejillas. Yo quiero llorar, pero simplemente mi rostro se niega a gesticular la emoción. Delante de mí se encuentra un ataúd blanco adornado con distintas flores. Dentro, una mujer reposa con una expresión tranquila. Su pecho no se hincha, sus labios no están húmedos y el brillo de su rostro es artificial. Ella durante su vida fue una fiel amante de la botánica. Pasaba horas frente su jardín, observando las plantas que había cuidado desde su germinación, incluso despidiéndose cuando su ciclo termina. Ese tipo de persona era ella, del tipo que le da vida a las cosas que se les priva de su existencia. Como ese árbol sin hojas, como yo, una vida que carece de notoriedad. Murió en condiciones que desconozco, no averigüe mucho; no teníamos una relación normal. No, incluso llamarlo relación será dar por hecho que había un lazo, para nosotros no era así. Simplemente, yo era un objeto sin vida al cual ella le daba la oportunidad de vivir.

Después del funeral quede sumergido en mis pensamientos durante la noche. El balcón de mi habitación era mi refugio en momentos así. El cigarrillo entre mis dedos se desintegraba sin resistencia. Las primeras gotas de lluvia se hicieron presente. Eran más heladas durante esta época. Las lluvias de invierno eran tan extrañas, era la tempestad dentro de la tempestad. Tiré el cigarrillo al suelo del balcón y decidí caminar entre la lluvia una vez más. La noche se sentía como la más solitaria de mi vida. Las estrellas brillaban por su ausencia, los carteles neón de algunas tiendas se apagaban uno por uno rindiéndose casi de manera simultánea. Me era difícil saber si eran lágrimas o lluvia lo que recorría mi rostro. Mientras avanzaba perdido en mis pensamientos, algo capto mi atención. Como una broma pesada de la vida; aquella rama que había ignorado antes estaba ahí, frente a mí. Sin inmutarse por la lluvia, mientras que aquellos cuerpos que lo ocultaban durante los días soleados se agitaban con violencia de un lado a otro. Los relámpagos dibujaban venas aún más gruesas en el cielo, mire a mi alrededor con la esperanza de que esa silueta se volviera a dibujar entre las gotas, pero no. La violencia de la lluvia se incrementó. Me ahogaba con solo observarla. Me recosté en el suelo, aceptando mi propio destino incierto. Me hundía en la lluvia. Mis extremidades poco a poco perdían el calor, eran mías, pero ya no eran mías. Mi cuerpo era arrancado de mi mente, la tranquilidad me inundaba, la vida que trataba de hacer mía finalmente encontraba sentido.  Pase el resto de la noche bajo aquella lluvia, hasta que finalmente el primer rayo de sol acaricio mis mejillas. Ya no era indigno de ser humano. Me bastaba con ser un árbol sin hojas, oculto entre los árboles y arbustos.  

Me bastaba ser precioso ante los ojos indicados.

Entre Árboles y ArbustosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora