Capítulo VII

28 4 38
                                    

Antonella, a sus trece años

No importa lo mucho que te describan a una persona de la cual quieres saberlo todo.

Necesitas algo físico, algo que puedas ver o tocar, para decir que realmente está ahí.

Cuando quieres saber como era la persona que te trajo el mundo y lo único que te dicen es "eres idéntica a ella", te sientes como un indigente muriendo de sed al que solo quieren ofrecerle un pedazo de pan.

Pero no más, no hoy, hoy tengo que hacer lo posible para conocer un poco más de mi madre.

No la extraño, estaría mintiendo si dijese que es así, porque para extrañar algo debes haberlo tenido, y yo nunca la tuve.

Quizás con ella aquí algunas cosas serían diferentes, pero no me atrevo a decir que me hace falta. Quizás, no quiero exponer la debilidad que representa sentirme incompleta, con una pieza faltante.

A veces siento que soy como un búcaro, un búcaro o jarrón que tiraron al suelo en el momento de su fabricación, de mi nacimiento, y luego recompusieron nuevamente, uniendo todas las piezas, excepto una. Estoy incompleta y agrietada, pero algo, muy en el fondo de mi ser, me lleva a pensar que el fallecimiento de mi madre no es la causa de eso.

A mí, por supuesto, me dijeron que fue una muerte natural, en el parto, pero, ¿quién iba a creer eso?

Cada vez que hablo del tema empiezan a sudar, tartamudear y a juguetear, ya sea con sus dedos, anillos o manos.

Se supone que hablar de muertes naturales de tristeza, nostalgia, pesar, desánimo, no incomodidad o nerviosismo.

Aún no logro identificar si a mi madre la mataron o se suicidó, pero es obvio que no fue una fatal coincidencia de casualidades, alguien, con una mente muy retorcida, mató a Ella el día del nacimiento de su primogénita, y ese alguien bien pudo ser Ella misma o simplemente, alguien más.

Pensar en ello me hace sentir ciega, no como las personas con discapacidad visual, que se apoyan en sus otros sentidos para compensar una falta que teniendo en cuenta su desenvolvimiento podría considerarse inexistente, sino como si estuviese aislada de mi cuerpo, con las manos atadas y los ojos vendados.

La mejor manera de comparar como me siento es como en un secuestro, la diferencia es que no necesito una mordaza: no importa todo lo que grite, nadie va a escucharme.

Los sentimientos son como un golpe reciente, puedes tenerlo desde hace horas o incluso días, pero en algunos momentos empieza a latir con más fuerza, y este es ese momento.

Son las cuatro de la mañana y todavía no logro dormirme pensando en mi mamá.

Cuando pienso mucho en ella, sobre todo si es tarde, me siento observada; en otra carne podría resultar incómodo, pero para mí, eso me hace sentir infinitamente protegida, como si mi madre, Zamara y las otras mujeres del árbol, estuviesen cuidando de mí, aún en su lejanía.

En cualquier otra carne también, estaría despreocupada ya que hoy es viernes, no tengo que presentarme a la escuela, pero en mi caso, tengo lecciones de inglés y más tarde de piano.

Sin embargo, siento que la espera ansiosa solo va a incrementar mi agonía, así que mejor voy a buscar por mis propios medios la verdad que acostumbro a reclamar y que ellos acostumbran a denegarme.

El árbol sagrado de los deseosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora