Capítulo XIV

15 2 32
                                    

Antonella, actualidad

Llevo días evitándolo, no puedo darme más ese lujo.

Gionevie merece mi consideración, necesito disculparme con ella después de todo lo que pasó por mi culpa.

Mi mente se siente en secreto aliviada con la certeza de que al menos a ella no la golpearon, si no fuese así, no sabría con qué cara volver a mirar esos hermosos ojos tormentosos y azules de mi ninfa pelirroja.

También quiero dejar de procastinar la resolución del misterio de mi madre. Mi padre se va temprano todos los días para no verme, no sé qué intenta hacer con eso. Si es un castigo, no lo está logrando, me hizo inmune a él toda mi vida, muy por el contrario, sin él rondando por donde yo habito me siento como en casa.

Marcela no me dirige la palabra, y esta vez no he podido detectar ningún matiz en su rostro o en alguna expresión suya, está más cerrada que de costumbre.

Solo tengo el apoyo de Amber, que me ha demostrado en más de una ocasión que es una fuente confiable, pero hoy todos mis compañeros de casa son sospechosos del crimen donde mi madre fue la víctima, y donde yo podría serlo también, así que no me atrevo a confiarles a nadie mi proyecto.

A nadie excepto a una persona, a la que odio pero en la que confío en a partes iguales, la única que tengo certeza de que no tiene nada que ver con esto: Gionevie.

Si realmente no había tenido el valor para disculparme, mi madre resulta el mejor de los impulsos ahora.

Camino hasta la casa de Gionevie en la tarde, acompañada de gratificantes brisas cálidas que tienen en mí efectos contrarios, producto del nerviosismo alojado en mis huesos.

De su familia realmente no debo preocuparme, sus padres trabajan todo el día y no llegan hasta por la noche muy tarde.

Toco la puerta dos veces, mas nadie responde, pero sé que está en casa, puedo sentirlo, no pienso renunciar a ella, no pienso irme aunque me aterre tanto enfrentarme a su juicio. Lo que ella piense de mí es para mi persona el Juicio Final, y aun así estoy dispuesta a recibir todos los golpes de sus verdades con tal de poder verla.

En parte, vine aquí también por mi madre, pero mi madre es en lo último que pienso cuando veo a la pelirroja en una especie de camiseta interior de hombre donde se marcan sus pequeños pechos y sus picos cobran protagonismo. Con uno de sus habituales pantalones de tirantes, su cabello rojo despeinado y llena de pinturas por todos los rincones de la tela que la cubre y la piel descubierta, me acribilla con la mirada la artista de sueños que tanto me desvela.

_Ahora la cochina invertida eres tú, florecita, ¿qué haces mirando mi busto?

Siento mis mejillas arder ante su preocupación, ya sea de vergüenza o de exaltación, pero muy a mi pesar, no puedo encargarme de ese asunto en estos momentos, estoy muy ocupada lidiando con mi corazón que nuevamente abandonó su sitio en la cavidad torácica, pero esta vez para alojarse en la púbica.

_Vine a disculparme –contesto mirando al piso con la voz tan estrangulada y seca que casi no puedo ni expresarme de manera decente.

_Pasa y cierra la puerta.

Hago lo que me ordena y una vez dentro me maravillo por lo acogedora de su casa.

Mucho más pequeña que la mía, claro está, pero más acogedora que ninguna en la que haya estado. Las paredes están recubiertas por un verde claro y elegante con algunos diseños de flores. A un lado de las escaleras está una pequeña cocina y en el otro, la sala de estar.

Conformada por una mesa de café cuadrada, un sofá clásico verde lima y un sillón a juego, la sala es mi tercer lugar favorito hasta el momento, después de los brazos de mi amada y el árbol sagrado de los deseos.

El árbol sagrado de los deseosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora