Mamá, mi depresión cambia de forma. Un día es tan pequeña como una luciérnaga en la palma de un oso. Al siguiente, es el oso, y en esos días me hago la muerta hasta que el oso me deja en paz.
Llamo a los días malos 'los días oscuros'. Mamá dice: '¿Por qué no intentas encender velas?'. Cuando veo una vela veo el recuerdo de una iglesia. El destello de la llama trae recuerdos antiguos en donde estoy parada frente a un ataúd abierto. Y ése es el momento en que aprendí que todas las personas a las que he conocido y conoceré, algún día morirán. Además, mamá, no es que tenga miedo de la oscuridad, y quizá eso es parte del problema.
Mamá dice: 'Creía que el problema era que no podías salir de la cama'. Y no puedo. La ansiedad me toma como rehén dentro de mi casa, dentro de mi cabeza.
Mamá dice: '¿de dónde vino esa ansiedad?'. Ansiedad es el primo que viene a visitar desde fuera de la ciudad, y la depresión lo obliga a asistir a la fiesta. Mamá, ¡yo soy la fiesta! ¡Pero soy la fiesta en la que no quiero estar!
Mamá dice: '¿Y por qué no intentas asistir a fiestas de verdad? Ve a tus amigos'. Claro, hago planes. Hago planes, pero no quiero ir. Hago planes porque sé que debería querer ir, y sé que a veces me hubiera gustado ir, es sólo que ¡no es divertido ir a divertirte cuando no te quieres divertir, mamá!
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¿Sabes, Mamá?, a veces el Insomnio me levanta en sus brazos y me deja en el piso de la cocina, frente a la luz del horno. El insomnio tiene esta manera tan romántica de hacer parecer que la luna es la perfecta compañía.
Mamá dice: 'Intenta contar ovejas'. Pero mi mente sólo puede contar razones para seguir despierta, así que salgo a caminar, pero mis rodillas tiemblan como muñecas de porcelana sosteniendo cucharas de plata con sus débiles brazos. Suenan y resuenan en mis oídos como viejas campanas de iglesia, y me recuerdan que estoy caminando despierta en un océano de felicidad en el que no me puedo bautizar.
Mamá dice: 'Ser feliz es una decisión'. Pero mi felicidad es tan vacía como un huevo con un agujero en la base. Mi felicidad es una fiebre alta que está a punto de estallar.
Mamá dice que soy tan buena viendo cosas en donde no hay nada y me pregunta de repente si tengo miedo de morir. ¡No, tengo miedo de vivir! Mamá, ¡estoy sola!
Creo que fue cuando Papá partió que aprendí a convertir la furia en soledad y la soledad en algo para mantenerme ocupada. Así que cuando te digo que he estado muy ocupada últimamente, en realidad quiero decir que he estado quedándome dormida en el sofá mirando televisión para evitar hacerle frente al lado vacío de mi cama, pero mi depresión siempre me arrastra de nuevo a mi cama, hasta que mis huesos se convierten en los fósiles olvidados de una ciudad cubierta de esqueletos. Mi boca, en un cementerio de dientes rotos de tanto morderse a sí mismos.
El auditorio hueco en mi pecho se desvanece con los ecos de los latidos de mi corazón, y sólo soy un turista descuidado aquí que nunca sabrá dónde ha estado. ¡Y mamá sigue sin entender!