Cierra los ojos. Imagina todo lo que harías, todas y cada una de las cosas que te gustaría hacer, si tuvieras la opción, en este mismo instante, de poder llevarlo a cabo. No te limites, piensa todo lo que quieras, cuanto más grande, ilógico, absurdo o imposible, mucho mejor. Deja que tus instintos y necesidades tomen control de tu cuerpo, de tu mente, que inunden poco a poco cada parte de tu ser, que te lleven a lugares y situaciones tan increíbles como improbables. Bien, ahora respira hondo, coge tanto aire como puedas, llena tus pulmones por completo, no sólo de aire, sino de sueños, de ilusiones, de esperanza, de ganas de comerte el mundo. Deja que cada inspiración te dé la seguridad que necesitas para llegar a donde quieras, el valor suficiente para derribar tus propios muros, la fuerza que tienes, aunque tú no lo sepas, ahí escondida, deseando salir, deseando pelear. Permite que con cada espiración se vayan todos tus miedos, que salga el aire, acompañado de tus temores más profundos, no para ignorarlos, ni para dejarlos ir, sino para enfrentarlos, para tenerlos delante y dejarles claro que, esta vez, no vas a dejar que ganen la partida. Ahora abre los ojos, mantén en la mente todas y cada una de las locuras que llegaste a imaginar, agárralas con tanta fuerza que no puedan escapar, mantenlas ahí, presentes, constantes, necesarias, reales. Ahora es momento de focalizar, de buscar en tu camino todas esas señales que te lleven hacia ello, de cambiar tus propios pasos, tu dirección, el sentido de tu propia trayectoria. ¿Para qué? Pensarás. Es cierto que, la mayoría de las veces, las probabilidades, o incluso las posibilidades, se empeñan en jugar en nuestra contra. Y, por desgracia, también es cierto que, en muchas de las ocasiones, terminarán por tener razón, y no llegaremos a rozar, ni por asomo, aquello que tanto buscamos. Entonces ¿para qué? Seguirás pensando. Seguramente, y no del todo desacertado, lo verás como una pérdida de tiempo, un esfuerzo innecesario que lo único que conseguirá es tirarte, una vez más, al suelo. Y, ciertamente, puede que en alguna ocasión, en alguna de tus metas, ese triste final se convierta en tu cruda realidad. Ahora bien, cambiemos la perspectiva, tratemos, por un momento, de apartarnos de la más simple coherencia. ¿Te imaginas qué pasaría si, por estúpido que parezca, finalmente lograras tener aquello que quieres, aquello que tanto necesitas, y que no te atreves a perseguir por simple miedo al fracaso? ¿Eres capaz de imaginar, aunque sea un breve instante, qué pasaría si, después de tanto luchar, finalmente llegara tu momento, tu recompensa? ¿Mirarías, entonces, atrás y dirías “ha merecido la pena”? ¿Dejarías a un lado la felicidad más absoluta por el simple hecho de haber pensado que nunca podrías llegar a ella? ¿Renunciarías a todo, una vez conseguido, por los miedos que te ataron en un principio? Creo que no hace falta responder, porque en este mismo momento, ya sabes la respuesta. Nada en esta vida está asegurado, ni siquiera sabemos lo que pasará dentro de dos minutos. Lo único que está claro es que todos, por amargo que suene, venimos con fecha de caducidad. Somos un billete de ida y vuelta, demasiado corto. ¿Qué sentido tendría este viaje si, por evitar las piedras en el camino, ni siquiera intentamos llegar al destino que realmente deseamos? Qué más da si es difícil, o si no lo conseguimos. ¿No es mejor luchar por algo que te llene, a llenarte con batallas que no te llevan a ninguna parte? No vivas cada día, haz que cada día tenga vida, disfruta, fracasa, toca el suelo, sonríe hasta quedarte si aliento, comete mil y una estupideces, falla, arrepiéntete, ahógate en abrazos, aprende a escuchar tus lágrimas, pero nunca, pase lo que pase, te quites el privilegio de poder luchar por lo que quieres, de poder buscar aquello que te haga sentir bien, de intentar ser feliz, de la forma que sea, del modo que tú, y nadie más, elija. Aunque tengas muchos más contras que pros, aunque no sepas ni por dónde empezar, o te lluevan cientos de preguntas. Aunque a veces te falte todo lo necesario, o te rompas en pedazos. Aunque sólo tú entiendas por qué. Aunque cueste mil inviernos.