Capítulo#1: Caos. El regreso de una tormenta.

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Tomo grandes bocanadas de aire mientras mis manos toman vida propia, cerrándose en puños.

Observo con cautela a mi oponente, el cual tantea su nariz rota, mientras se levanta del piso que constituye parte del cuadrilátero.

–¡Oh, vamos! La chica que he entrenado durante todo este tiempo no solo me rompería la nariz –se queja, mientras se sacude el polvo del uniforme de color negro que utilizamos para entrenar.

–Max no sé si lo habrás notado, pero la persona que se hace llamar mi entrenador me ha dejado sin comer durante tres días –lo fulmino con la mirada –El hecho de que te haya roto la nariz es todo un milagro.

–Hemos hablado sobre esto antes –me ataca y esquivo el puñetazo que pensaba ensartarme –Se supone que te estoy entrenando para situaciones extremas –intenta barrerme los pies y aprovecho para estampar mi puño en su pómulo derecho.

Retrocede unos segundos tocando la zona afectada y cuando me mira lo hace con una sonrisa ladina en sus comisuras.

–Porque ¿qué hace Seven? –cuestiona y se me viene encima con un movimiento que no me esperé en lo absoluto.

Caigo al piso con todo el peso de Max sobre mí y el aire abandona mis pulmones por unos segundos. Mi cruel entrenador se sube a horcajadas sobre mi abdomen y trata de golpearme mientras me inmoviliza por el estómago con su rodilla. Concentro toda mi fuerza en el abdomen y ruedo, intercambiando los papeles a mi favor. Saco de una de mis botas mi navaja favorita y la presiono contra su cuello.

Me sonríe orgulloso cuando respondo a su pregunta:

–Sobrevivir.

–Esta es la Anderson que entrené –le tiendo la mano ayudándolo a ponerse en pie.

Le doy la espalda mientras retiro las vendas que cubren mis nudillos.

– ¿Hoy vas a…? –comienza a preguntar pero lo detengo.

–Sabes que sí.

Tenso la mandíbula, incómoda. Todos a mi alrededor sospechan que ando en algo, ya que en las noches nunca me ven el rostro por el departamento, pero Max, el cual me salvó una vez y me ayudó a casi completar mi venganza, sabe muy bien a lo que voy y no me lo impide. Nuestros ojos se encuentran unos instantes cuando camina hasta posicionarse frente a mí y su seriedad me dice que aunque apoye lo que hago y comprenda mis motivos, no está totalmente de acuerdo.

–Sabes que hay mejores formas de desahogarse, ¿no? –pregunta mientras toma las llaves del gimnasio.

–Es la que mejor se me da –elevo las cejas y camino en dirección a las duchas.

–Te espero fuera –anuncia y sacude la cabeza con resignación.

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Una ducha de agua fría y varios pensamientos existenciales después me enfundo en unas leggins de color negro y me pongo una playera del mismo color.

Cuando salgo, Max me está esperando en la puerta del gimnasio tal como prometió. Cierra con llave las puertas dobles del local privado y caminamos hasta su coche.

En todo el camino nos mantenemos en silencio, uno cómodo en el que el hombre a mi lado tararea una canción y yo me permito pensar.

Han pasado unos meses desde la última vez que vi a…

Trago grueso y realmente no sé qué es más difícil de pronunciar, su nombre o el estúpido título que la sociedad insiste en ponernos.

No se veía para nada afectado, más bien lucía… en paz.

Rebelde por la causa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora