El abrigo que pesa más que yo y me llega por las pantorrillas me mantiene a salvo del despiadado frío que cubre a Rusia.
Las botas de piel y con suela para andar en la nieve que me llegan hasta las rodillas impiden que resbale en la congelada acera mientras me dirijo a la fortaleza que se encuentra alejada de viviendas, pero cercana a empresas importantes y departamentos de lujo donde viven los principales cabecillas de la familia Kirov.
–Ten cuidado –habla Anthony en el auricular –que Nikolai Kirov tiene mayor protección que la Fortaleza de Knox.
Asiento a la nada en lo que, de manera disimulada, detallo las rejas de hierro que rodean la propiedad.
Alcanzo a contar unos veinticinco guardias a tiempo para ver como tensan el agarre en sus armas, y al no ver intenciones por mi parte de desviar la trayectoria recta hacia ellos, fruncen el ceño.
–Buenos días, caballero –hablo en un ruso perfecto y sonrío de manera sensual, dirigiéndome a uno, para al mismo tiempo darme cuenta de que las lentillas de contacto me están irritando la pupila.
Lo disimulo, acomodando las gafas oscuras sobre el puente de mi nariz.
–No puede estar aquí –zanja de manera cortante.
–Verás –acomodo un mechón de cabello rojo detrás de mí oreja –es que es mi primera vez en Barnaul y estoy un poco perdida.
El guardia se relaja unos milímetros y me mira con compasión.
–No sabe dónde se encuentra, ¿cierto? –niego, ignorando la risita de Derek en el auricular.
–Dios mío, qué fácil caen los hombres a los pies de Atenea –se queja Anthony.
–Cierra el pico –se molesta Enzo y escucho como llueven los golpes encima de Anthony.
Los ignoro.
–La verdad es que no –le miro a los ojos, luciendo realmente perdida –Pero parece ser algo importante.
–Así es, pero es información clasif… ¡Oiga! ¿Se encuentra bien? –siento como la droga comienza a hacer efecto cuando comienzo a sudar frío y mis piernas ceden, haciéndome caer en los brazos del guardia que me mira confuso.
La pequeña dosis de la droga que me suministró Aracne es totalmente inofensiva, dejando de lado el mareo y la debilidad que solo va a durar unos tres minutos.
–¡Alguien tráigale un vaso de agua! –exige, y eso no me conviene en lo absoluto así que decido añadir un poco más de drama –¡Joder! Está convulsionando.
Llegan tres guardias más a ver qué sucede.
–Llévala dentro, que tome asiento unos minutos –opina uno.
–¿Acaso enloqueciste? –se espanta el que me sostiene –El señor Kirov me tiraría a los leones si se entera.
–No se va a enterar.
El guardia me lleva en brazos, resignado, y escucho como la puerta de entrada es abierta luego de introducir una clave en un panel, abrir siete cerraduras magnéticas y pasar una tarjeta de acceso por una abertura.
El movimiento que hago con la mano fácilmente podría confundirse con uno ocasionado por el rápido caminar del guardia.
–Ahora –susurra Maya.
Llegamos a un pequeño lugar con sombrillas, mesas para comer al aire libre y una piscina pequeña en comparación con la fortaleza que ante mí se extiende. Los guardias de aquí triplican a los de fuera así que respiro con fuerza.
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Rebelde por la causa
DiversosUn mundo sin heridas, pérdidas, golpes, desilusiones, lágrimas y cicatrices no sería un mundo justo ¿cierto?. Porque solo viven aquellos que luchan, y a esos se les llaman sobrevivientes. El tiempo pasó, pero el sinsabor de la verdad oculta durante...