Capítulo#7: Una señal es una señal.

13 4 45
                                    

Dedicado a: AnaAlejandra04

La sombra de las puertas del cementerio se cierne sobre mi y las miro con recelo, replanteándome mi determinación al venir aquí.

Mi subconsciente me da una bofetada mental y me recuerda que se trata de Adara, Eris y Artemisa.

Suspiro, resignándome. Así que empujo las puertas y me adentro al lugar que huele a desesperación, dolor y sobre todo, a muerte.

Camino entre las tumbas, mientras me fijo de manera casual en los nombres inscritos en el cemento, viendo cómo el tiempo ha borrado algunos.

Mi alarma se enciende cuando veo una figura sentada encima del cemento de la tumba de Adara, así que llevo una mano a mi arma mientras me acerco sigilosamente y con la otra mano sostengo rosas Príncipe negro.

El cabello poblado parcialmente por canas y cortado de manera descuidada le llega por los hombros. La piel pálida de una de sus manos viaja a la lápida que tiene enfrente, acariciando el nombre de Adara.
Los sollozos que sacuden su pecho me hacen soltar el arma parcialmente, dejándola en la faja de mis vaqueros.

—¡Ay, Adrián! Mira como me has dejado —el tono dulce de su voz me hace fruncir el ceño con confusión.

¿Adrián?

Me acerco.

—Disculpe —susurro y el rostro regordete de la señora se gira hacia mi.

—¿Quién eres? —me gruñe.

«Irónico que lo pregunte» pienso.

—¿Acaso eras una de las amantes de este infeliz? —hace un gesto despectivo hacia la tumba de Adara.

Elevo las cejas y me acerco aún más.

—No se quién es usted —me acuclillo, colocándome a su altura —pero le aseguro que esta no es la tumba de su esposo.

—Pero ¿Qué dices? —se indigna y me mira como si estuviera frente a un batallón de fusilamiento y quisiera mantener la dignidad hasta el último momento.

—En la lápida dice Adara, no Adrian, señora.

Frunce el ceño, se queda mirando un punto fijo detrás de mi hombro, frunce el ceño nuevamente y por fin suspira.

Saca de su bolso color crema un par de anteojos, los cuales limpia con la tela de su camiseta de mangas cortas antes de colocárselos.

Mira la lápida fijamente durante unos segundos, luego se quita los anteojos y asiente.

—Efectivamente, esta no es la tumba —y sin más se va.

La dejo ir, para luego tomar su lugar encima de la tumba de mi amiga.

—Ha pasado un tiempo —suspiro, colocando una de las rosas en su lugar —¿Que tal estás?

Inmediatamente después de hacer la pregunta me siento estúpida de atar.

—Siento no haber venido antes —murmuro en un hilo de voz —Ya sabes, ser líder de una organización no es nada fácil.

Pasan unos segundos y niego con la cabeza, molesta conmigo misma.

—No, de hecho no fue por eso —el nudo comienza a tejerse en mi garganta —Soy una cobarde porque no había tenido el valor de venir aquí a enfrentarme a la realidad.

«¿Sabes? Pensé que con el tiempo se iba a volver más llevadero el hecho de que ya no estás aquí, pero me equivoqué garrafalmente. La verdad es que me siento todo un fracaso porque ni siquiera pude matar al mal nacido que acabó con tu vida. —una persona normal lloraría, ¿yo?, yo le hablo a una tumba en un tono de voz
que deja en claro mis ganas de que la raza humana se extinga —Él es mi hermano, Adara, mi jodido hermano y te juro que nunca he demostrado lo mucho que me jodió descubrirlo, ni lo mucho que sus palabras me destruyeron en ese momento. Ya estoy harta. La mafia italiana va a acabar con nosotros en esos Mortal Games y no se ya lo que es peor.»

Rebelde por la causa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora