No todos aman el arroyo, al menos no de día. Hay muchos niños que prefieren ir de noche, dónde las estrellas brillan como nunca y el frío es agradable. Pero hay pocos que tienen el permiso de sus padres.
Y uno de esos pocos es Seiseki, ama cada segundo que está ahí, le encanta ver las estrellas y escuchar el silencio solo interrumpido por sus pasos o los sonidos de los animales nocturnos. No siempre se topa con niños, de hecho muy pocas veces a logrado ver a uno entre la oscuridad.
Es relajante para él.
Pero las cosas suelen cambiar.
Solo estaba caminando, disfrutando del sonido de algunas hojas o ramas al crujir bajo sus pies, o los murmullos de los árboles al ser movidos apenas por el viento que decía sus ramas.
Su paz quedó interrumpida al oír un crujido vastante fuerte, deteniendose a los pocos segundos y mirando hacia atrás sin mover del todo su cuerpo, demaciado relajado como para sentirse en peligro.
Pero su tranquilidad quedó en segundo plano al ver los ojos verdes brillantes que lo miraban desde unos arbustos. Ladeo la cabeza, tensandose un poco pero sin mostrarlo abiertamente.
Era extraño ver dos ojos brillar en la oscuridad, al principio creyó que era un gato, pero los sirculos brillosos eran demaciado grandes para ser de un animal tan pequeño. Parpadeo confundido, moviéndose del todo para poder ver mejor, pero tan pronto se movió el que lo observaba también lo hizo, comenzando a alejarse con gran rapidez.
Seiseki quiso llamar su atención antes de que se fuera, pero había dudado y su oportunidad se había esfumado.
Se rascó la nuca, bastante confundido de lo que había susedido. Luego de unos minutos decidió seguir su camino y olvidarse de eso, aunque realmente no pudo hacer eso último.
El resto del tiempo no fue muy distinto a lo normal, aunque algo seguro es que los ojos verdes lo había seguido un poco, él podía sentir su mirada. No era incómoda, tampoco muy molesta, pero seguia siendo confusa.
Esto se repitió algunos días, Seiseki solo caminaba y luego de un rato sentía la mirada en su persona, algunas veces se volteaba o alentaba el paso para ver si quiene sea que lo observaba se atrevía a asercarse un poco más, quisas lograr atraparlo o por lo menos poder hablar para saber que es lo que quería.
Un día en especial algo susedio, unos niños habían pasado corriendo a su lado y lo habían arrastrado hacia atrás, amordazandolo y ocultandolo entre los arbustos antes de atarlo contra un árbol.
El heterocromatico estaba muy confundido, mirando su alrededor en busca de quienes lo habían atado, pero estaba realmente muy oscuro en ese lugar y ni siquiera con su buena vicio podía distinguir algo más que... Cinco figuras.
Una de ellas pareció comenzar a reírse, llamando su atención. La risa era realmente muy infantil ¿Sería uno de esos pequeños niños escurridizos y alocados?
–Mirenlo, se ve súper confundido– Seiseki pestaneo un poco antes de oír a los otros reírse, todos eran niños pequeños, no era bueno que estubieran niños tan chicos solos en el arroyo.
–Pense que El León del arroyo iba a ser más difícil de atrapar– hablo una niña, ensendiendo una lámpara y logrando mostrar su rostro.