1 | Danno

88 11 7
                                    

No estoy preparado para llegar a casa. En este último tiempo, las cosas no han ido demasiado bien y necesito mi espacio. Ambos lo necesitamos, pero es como si Caden no lo quisiera ver. Se niega a ver la realidad y a entender que lo nuestro ya no da para más.

Presiono el botón para pedirle al chofer que se detenga y que frene en la siguiente estación. Estoy a punto de poner un pie fuera del autobús cuando dos chicas de unos dieciocho años me atropellan y piden perdón al instante. Llevan un traje completamente negro y una falda rosa transparente. Parecen tener prisa. Ante sus disculpas, solo sonrío y asiento como si no pasara nada.

Engancho los tirantes de la mochila a mis hombros y empiezo a caminar. Tengo los pies entumecidos y la mente hecha un lío. Todo me gira. Desde hace horas, mi estómago me reclama y ruge en respuesta a mis caricias. Lo único que recibe es agua. Lo que ingiero, lo largo, como si se tratara de una especie de boomerang en una cadena viciosa.

Hay viento, y ya no sé si tengo los ojos aguados por eso o por mis ganas constantes de largar el cuajo. Siento que después de lo que estoy por hacer, todo va a ser distinto.

La bufanda que le robé a Caden en la mañana no colabora. Su perfume me lleva a tantos lugares, momentos e imágenes que me dificultan todo muchísimo más.

Llego a casa y las ganas de no entrar me invaden. Estoy parado en la puerta, a punto de meter la llave en la cerradura y las dudas se convierten en las mejores malabaristas del circo que es en estos momentos mi cabeza.

No sé si estoy preparado para hacerle frente a todo esto.

No sé si sea realmente lo que quiero.

Caden ha sido parte de mi vida durante mucho tiempo. No sé si estoy preparado para dejar todo atrás y fingir que ya no me importa, como suelen hacer el noventa por ciento de las parejas que no tienen idea de lo que significa sentir la pérdida estando a menos de dos centímetros del amor de tu vida.

Cuando el momento es lindo, absolutamente todo lo demás pasa a ser secundario. Pero cuando la rutina se encarga de lo suyo, los días se sienten semanas y la vida deja de ser vida. Por más que la otra persona te haga demasiado bien, el problema deja de ser suyo. Y tuyo también.

Tomo fuerzas de no sé dónde y coloco la llave en la cerradura. Le doy las dos vueltas correspondientes y entro; ya no hay vuelta atrás ni arrepentimientos.

Llegó el momento de darle un cierre a todo esto de una vez por todas.

El eco de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora