3 | Danno

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Acepté las vacaciones. Estoy seguro de que Caden cree que las acepté por obligación, pero no es así. Las acepté porque ambos nos merecemos descansar después de haber trabajado tanto sin parar. Nos merecemos un tiempo para nosotros, en todos los sentidos. Necesitamos entender qué es lo que nos pasa, volver a conectar entre nosotros y con nosotros mismos. Salir un poco de la rutina y ver qué pasa si le escapamos a la monotonía.

Caminamos juntos hasta la parada del autobús. Los colegios donde trabajamos están relativamente cerca y nos sirve el mismo bus. Caden es profesor de música y yo de literatura y plástica. Una de mis partes favoritas de que ambos seamos docentes es cuando planificamos juntos nuestras clases. Es muy lindo compartir ese momento, que yo disfruto mucho y él no tanto, porque prefiere enfocarse en otras cosas.

—Estaba pensando... no tenemos que ir si no estás seguro.

Lo sabía.

—Caden, sí lo estoy. Quiero hacer ese viaje contigo.

Nada en el mundo se compara con verle esa sonrisa de niño pequeño en el rostro ante mi respuesta.

—Está bien —duda—. Pero si en algún momento te sientes incómodo o quieres volver, me dices.

—¿Sos tonto? —lo empujo con el hombro— ¿Cómo me voy a sentir incómodo estando contigo?

Nos tomamos el autobús y en menos de diez minutos Caden tiene que bajarse. Su instituto está mucho más cerca de nuestra casa que el mío, por lo que nuestro viaje juntos siempre es corto.

Me acerco a él, le doy un beso corto y le sonrío.

—Suerte hoy. —aprieto su mano—. Te quiero.

—Y yo a ti.

Me devuelve el beso y se baja.

Cuando Caden se va y me deja solo, puedo permitirme pensar. Puede que estas sean nuestras últimas vacaciones juntos, de hecho, lo serán. Los dos tenemos muy en claro que necesitamos, como mínimo, un tiempo. Necesitamos volver a encontrarnos nosotros mismos para poder volver a querer y cuidar al otro con la intensidad que merece. Caden no merece menos que eso. Es una persona maravillosa, que desde hace casi siete años me enseña, día a día, lo que es realmente querer a otra persona. Y eso... no lo sabe hacer cualquiera.

Agarro mi bloc de notas y empiezo a escribir ideas para mi nueva novela. Las emociones fuertes generalmente me sirven de inspiración y en este último tiempo no he parado de sentirlas.

El tiempo pasa tan rápido que no noto la hora hasta que el chofer grita que estamos frente a la última parada. Debería haberme bajado hace dos. Entro en quince minutos a trabajar. Hoy no quiero estresarme. Me bajo del autobús y solo me quedan dos opciones: correr hasta el instituto o llamar un taxi. Me decanto por la última, sin importarme en lo más mínimo el presupuesto mensual. Llamo y el vehículo llega muchísimo más rápido de lo que pensé. En menos de cinco minutos estoy en el instituto.

Cuando entro en el aula ya están todos sentados, esperando por mí. Les dije que la clase de hoy sería bastante diferente a lo que veníamos haciendo, por lo que supongo que de ahí viene su entusiasmo. Tengo la suerte de que mis alumnos disfruten tanto de mis clases como yo disfruto de dictarlas. Soy demasiado feliz en este lugar.

—Buen día chicos, ¿cómo están? —saludo—. Les pido perdón por llegar un poco tarde.

Algunos me dicen que no pasa nada, otros no contestan y siguen en su mundo. Y la verdad, un poco lo agradezco.

—Como les dije la clase pasada, hoy vamos a hacer algo bastante distinto. Mañana empiezan las vacaciones y hasta dentro de dos semanas no nos volveremos a ver. —afirmo—. Por lo que pensé que estaría bueno hacer algo más dinámico. ¿Trajeron lo que les pedí?

—Sí, profe —contestan al unísono.

—Perfecto. Saquen sus libretas.

Una vez todos sacaron algo para anotar y sus respectivas libretas, me pongo a buscar dentro de mi mochila el sobre con recortes que había hecho para ellos. Elegí veinte imágenes u objetos aleatorios para darles una consigna.

—En este último tiempo me he dado cuenta lo mucho que disfrutan de escribir y lo bien que les sale. Sus últimos trabajos de redacción y prosa poética fueron muy buenos y considerando que muchos de ustedes leen y escriben poesía, se me ocurrió... —les muestro el sobre—. Traerles diferentes imágenes, que serán entregadas al azar, para que basen sus escritos en ellas.

—¡Qué divertido! —dice Marcus.

—¡Me encanta la idea! —agrega Cris.

—Sabía que les iba a gustar —respondo sonriente.

Al terminar de explicar la consigna, empiezo a repartir los papelitos. Una vez todos tienen uno, les doy veinte minutos para que escriban libres y se dispersen.

—Pueden salir del aula, ir al patio o donde se sientan cómodos. —Sé lo mucho que importa el lugar a la hora de buscar inspiración—. Lo que sí, sean puntuales. En veinte minutos, todos juntos en el aula.

Algunos asintieron, otros me agradecieron, y otros simplemente desaparecieron. No quiero pensar ni en Caden, ni en mí, ni en nadie, por lo que decido abrir mi libreta y ponerme a escribir.

Al principio no sale nada. Solo somos yo y esa hoja en blanco que tanto amo y odio a la vez. Escarbo ahí, en el fondo, justo en esa fibra a la que siempre recurro, esté feliz o esté triste. Sin quererlo y queriéndolo a la vez, recurro a él. Sé que las cosas no están bien, cuando en lugar de tener ideas felices con las que desbordar mis poemas, todo lo que se me ocurre es gris. Lo que más me duele es que no es su culpa. Caden ha hecho las cosas tan bien, que me quema hasta lo que no debería. Me quema no poder seguir queriéndolo. La vida es demasiado injusta, y más aún, cuando se trata de amor.

Quedando tres minutos para que vuelvan los chicos, tacho la única idea que consideraba aceptable. Me niego a seguir dándole vueltas al tema, aún estando en mi lugar seguro, las clases.

La entrega no siempre es unilateral

y menos cuando se trata de amor.

Todos llegan súper puntuales. Siempre suelen hacer caso a lo que propongo, pero hoy, parecen estar inspirados.

—¿Cómo les fue? —pregunto.

—A mí muy bien —dice Jenna—. La imagen me ayudó bastante a inspirarme.

—Me alegro, Jen.

—A mí también me fue bastante bien, pensé que se me dificultaría mucho más.

Sonrío en respuesta al comentario de Marcus.

—¿Les parece bien si corremos las mesas y hacemos una ronda en el suelo?

Todos asienten y me ayudan a ejecutar la idea. Una vez el centro está vacío los invito a sentarse.

—Mi idea para cerrar la clase de hoy es que todos podamos compartir lo que escribimos. Si no llegamos a nada en concreto, al menos contamos la idea o lo que planificamos. —propongo—. Martin, empiezas tú. El orden será el de las agujas del reloj.

Cuando Martin termina, y el resto ve que es un lugar seguro y que nadie los juzgará al compartir lo escrito, se animan, en orden, uno a uno. Sigue Jenna, luego Margot, Clare, Sunny, y cuando llega el turno de Marcus, ya todos estamos en armonía, como si fuéramos un grupo de amigos de toda la vida.

—Mi poema es bastante breve, pero quise plasmar los sentimientos de un amor que pudo ser y no lo fue, ya que la imagen que me tocó fue la de un corazón roto.

Sonrío, con una mezcla de nervios y nostalgia, y le hago una seña con la cabeza para que comience. Por alguna razón presiento todo lo que sucede a continuación.

—Por primera vez lo admito, lo verbalizo a los gritos. Abandono por mí, no por ella o por él —hace una pausa—. Abandono por los estímulos; por mi cabeza que parece un taladro, por mi corazón que late a mil por hora, por la ansiedad que ya no controlo, por el desgaste emocional que tengo y que sé que si no acomodo, seguramente, ya no tenga retorno.

Los ojos se me empañan. No era el día ni el momento para escuchar esas palabras. Mejor dicho, sí era el día, y también el momento. Pero no sé si yo estaba preparado como para que un poema de un adolescente de quince años me haga entender qué es lo que realmente me pasa, y explique mi situación amorosa.

El eco de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora