11 | Danno

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Hace siete años atrás...

Lo tengo enfrente, completamente mojado y embarrado de jugar juntos bajo la lluvia. No deja de sonreír, y yo menos. Me hace mil chistes por segundo y me río como si nunca en la vida me hubieran dicho algo tan gracioso.

—¿Sabes? Siempre me he preguntado cómo se sentirá...

—¿Qué cosa?

—Nada.

Me mira los labios y aprieta los suyos. Nos quedamos mirando por un largo rato, tiritando de frío, uno frente al otro.

—¿Crees que llegarán pronto?

—¿Quiénes?

—Nuestros padres, Danno. ¿Quiénes más?

—No lo sé, tonto.

Nunca deja de sonreír. Siempre fue algo que le caracterizó. Ante cualquier situación, sea feliz o triste, si te concentras en Caden, él estará sonriendo.

—Iré a bañarme.

—Ve, te espero aquí y luego me baño yo —respondo.

Duda antes de responder. Varias veces amaga con decir algo, pero termina asintiendo y retirándose de al lado del calentador, dejándome solo.

Caden está demasiado extraño últimamente. Nuestro vínculo está cambiando mucho. Siempre hemos sido muy unidos, pero en este último tiempo lo siento más cercano que nunca.

Creo que es demasiado evidente que me gusta. Pero no quiero avanzar. No quiero arruinar la amistad de tantos años que tenemos por algo que solo pasa en mi cabeza. A Caden le gustan las chicas; él y su padre lo han dejado claro más de una vez en las reuniones familiares.

Su madre y la mía, y mi padre y el suyo han sido amigos desde antes de que nosotros naciéramos. Por lo que sus padres, para mí, son como si fueran realmente parte de mi familia. Por lo que hemos hablado, Caden siente lo mismo con los míos. Y ese es mi mayor miedo: estropear toda la familia por lo que de seguro sea un capricho adolescente.

Siento un ruido que me saca de mis pensamientos. Miro hacia el costado y ahí está él, recién salido de la ducha, con un pantalón deportivo negro, sin camiseta y con el cabello perfectamente despeinado.

—Te has bañado bastante rápido —resalto.

—No quería dejarte solo mucho tiempo...

No deberías haberme dicho eso, Caden. Siento cómo mi rostro se calienta. La efervescencia en el estómago hace lo suyo. Siento cómo todo me da vueltas por una tonta frase que cualquier persona le diría a su mejor amigo de la infancia.

Necesito salir rápido de esta.

—Iré a bañarme...

—Ten cuidado, no he secado la ducha.

—Gracias por el aviso.

Me levanto del sofá y camino rápidamente hacia el baño. Escapar no había sido tan difícil. Lo que sí lo sería es compartir el tiempo luego de la ducha a solas con Caden.

Prefiero concentrarme en el baño que claramente necesito. Tengo barro hasta en las fosas nasales.

Templo el agua por unos segundos y cuando está lo suficientemente caliente me meto debajo. Espero que me sirva para sacar todos los pensamientos que he tenido sobre mi mejor amigo durante el día de mi cabeza. Pero no logro otra cosa que volver a él así me obligue a pensar en otra cosa.

Recuerdo cómo empezó la guerra de agua, que luego se convirtió en barro, y sonrío. Nos tiramos al suelo y nos embarramos la cara, las manos, las piernas, los brazos, todo. Nos embarramos todo. Y la esponja de baño lo nota.

Luego de unos diez minutos de estar bajo el agua caliente e higienizarme, decido salir.

Tomo la toalla y me seco por completo. Me pongo ropa interior, unos pantalones cómodos y una sudadera sin mangas. Seco la ducha por completo. Una vez estoy listo, vuelvo al sofá frente al calentador. Cuando voy a cruzar la puerta que conecta las habitaciones con la sala de estar, donde está el sofá, Caden y yo cruzamos miradas. Me mira de arriba a abajo y sonríe. Me pongo nervioso. Siempre lo hago cuando hace eso.

Camino hasta su lado y me siento en el sofá.

—¿Por qué no te pones una camisa? —pregunto—. Te vas a enfermar.

—Estoy frente al calentador. Y tengo tu manta. No creo enfermarme.

Termina de decir la frase y vuelve a fijar la mirada en mí.

—Basta.

—¿Basta con qué?

—Con mirarme así, Caden.

—¿Con mirarte cómo?

—Así.

—¿Y si no quiero? —me provoca.

—Basta...

Me mira. De nuevo. De arriba a abajo.

—No me respondiste, Danno. —insiste—. ¿Qué pasa si no quiero dejar de mirarte?

—Nada... —respondo—. No pasa nada.

Se acerca más y vuelve a repetir el patrón de miradas.

—¿Seguro?

No sé qué tanto más pueda contenerme. Tengo los pensamientos disparados. La cabeza al revés y en cualquier lado. Mentira. Sí, la tengo al revés, pero no en cualquier lado. La tengo puesta en el chico que está frente a mí y ha sido mi mejor amigo desde que somos pequeños. La tengo en el chico que sé que si beso en este preciso momento no habrá vuelta atrás. Ni para él, ni para mí.

—Me muero de ganas de besarte, Danno.

Esas palabras me mandan una corriente eléctrica que siento desde la punta de los pelos hasta la punta de los pies. Ahora más que efervescencia siento lo mismo que un volcán en combustión que está a punto de erupcionar.

—¿Qué te detiene?

Las palabras salen de mi boca solas. No sé si es lo que quería decir realmente, pero lo digo. El subconsciente me gana. El corazón me gana. Porque sí, cuando me agarra el rostro entre sus manos y me besa desesperadamente, una y otra vez, es cuando me doy cuenta de que efectivamente estoy enamorado de Caden.

Le devuelvo cada uno de esos besos, y cuando nos separamos, solo sonríe apretando los labios. El corazón me late tan fuerte que perfectamente podrían escucharlo desde el Medio Oriente.

—Se sienten los latidos hasta acá.

—No son los latidos, Caden.

—¿Y entonces qué es?

—Es el eco de mi alma que grita y afirma...

—Que grita y afirma...

—Que estoy perdidamente enamorado del chico que hasta hace dos minutos atrás era mi mejor amigo.

Apoya su mano en mi pecho y agrega:

—Y yo del chico que acabo de besar con esas ganas que traigo acumuladas desde hace meses... o años.

Las piernas me tiemblan, los labios también.

—¿Tienes frío?

—Un poco.

—Toma.

Agarra su manta y me envuelve. Se queda unos segundos a centímetros de mi boca nuevamente pero no hace lo que esperaba. Sí, agarra mi rostro, pero se levanta y me da un beso en la frente.

—¿Quieres chocolate?

—Sí, por favor.

El eco de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora