2 | Caden

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No puedo dejar de pensar en lo lejos que lo siento, a pesar de que dormimos juntos todos los días.

Las madrugadas en que nos encontramos en el baño o en la cocina, ambos desvelados, sin poder dormir ni dejar de maquinar, me hacen sentir su ausencia aún más.

No me imagino mi vida sin Danno siendo parte de ella. Con solo pensarlo, un escalofrío me recorre la espalda, jugando con cada una de mis vértebras y mandándome pequeños contactos que me hacen transpirar. No te quiero, ni hoy ni nunca, ansiedad.

Las técnicas de relajación que he trabajado en terapia me ayudan muchísimo, por lo que no me lleva mucho tiempo cambiar el chip, pensar en otra cosa y persuadir este sentimiento ansioso asqueroso antes de que se vuelva más intenso.

Sigo preparando la cena. Por alguna razón, presiento y sé que será una de las últimas en esta casa.

Quiero que sea especial.

Estuve todo el día cocinando para él, para nosotros. Una cena básica de tres pasos: mi entrada favorita, su plato principal favorito y nuestro postre favorito. Estoy guardando el tiramisú en el freezer y no puedo contener más el llanto. Lo dejo ir todo. Arde. Quema. Lastima todo por dentro, pero lo dejo fluir. Es necesario.

Me ahogo y dejo en el bendito tiramisú una parte de mi alma, esa que todavía y por siempre amará a ese chico pelinegro que tantas alegrías me ha dado. Me duele hasta las entrañas saber que se termina. Pero tengo un plan y espero que funcione.

Voy al baño, me lavo la cara y me la seco. Su cepillo de dientes me mira, me sonríe y me dice que es la última noche. Lo ignoro y sigo con lo mío. Termino de secarme y vuelvo a la cocina. El aroma que emana de la freidora de aire me hace darme cuenta de que los bastones de queso ya están listos. Los saco y los coloco en una fuente. Los dips ya están prontos y la mesa también. Solo falta él.

Como si estuviéramos conectados, escucho la cerradura girar dos veces. Puedo distinguir su colonia desde cincuenta kilómetros de distancia. Se limpia los pies en la entrada, deja mi bufanda y su abrigo en el perchero, y la mochila en el suelo. Lava sus manos, se acerca a mí, apoya las palmas en mi cara y besa mi frente. Luego me da un beso corto en los labios, y yo, vuelvo a estar en casa.

Por más que sé que esto está por terminar, las vértebras dejan de estar congeladas, la espalda deja de transpirar y mis piernas de temblar. Lo tengo enfrente y solo puedo invitarlo a sentarse en la mesa. Tenemos mucho de lo que hablar.

—Decoraste la mesa —resalta.

—¿Te recuerda a algo?

—Nuestra primera cita.

Me mira y sonríe.

Le extiendo la silla para que pueda sentarse. Cuando me siento, me toma la mano, la besa y yo me sonrojo como si fuera el primer día.

—Preparé un menú de tres pasos... —me corta.

—Caden...

—Lo sé, tenemos mucho para hablar. Pero que eso no nos impida disfrutar de la que quizás sea nuestra última cena.

Su cara lo dice todo. No quise decir eso. Bueno, no de ese modo. Pero lo hice.

—¿Podemos disfrutarlo? —sugiero—. Hablamos al terminar, lo prometo.

Duda, pero cede.

—Está bien.

Siento que lo estoy obligando a hacerlo y realmente es lo último que quiero.

—¿Seguro? —pregunto—. No quiero obligarte a nada.

—No me estás obligando a nada, Caden —sonríe—. Nos conocemos bastante, ¿no?

Me levanto de la mesa y traigo la entrada. Coloco los bastones de queso en el centro y los dips alrededor.

Al principio, todo es un poco incómodo, pero a medida que la cena avanza, volvemos a ser nosotros. Los minutos pasan y ya empezamos a cenar el plato principal.

—¿Cómo te fue hoy?

—Bastante bien —comenta—. Ha sido un día raro, pero los chicos de tercer grado han hecho las clases, dentro de todo, sencillas. Tienen mucho talento y colaboran.

—Me alegro mucho por ti —agrego—. Cómo no ser talentosos teniéndote  de profesor.

Sonríe y me agradece en respuesta.

—Mañana es el último día antes de las vacaciones. No creo mandarles tareas.

Siento que es el momento perfecto para avanzar y comentarle mi propuesta.

—Sabes, estuve pensando algo...

—¿Qué cosa? —me mira curioso.

Suspiro y tomo fuerzas.

—Sé que no estamos en nuestro mejor momento —empiezo—. También sé que esto ya no da para más y que por mucho que intentemos, es irremediable. Pero entiendo que llevamos demasiado tiempo juntos como para terminar todo abruptamente. Sería demasiado extraño para ambos después de estar juntos durante casi siete años dar la relación por terminada y ya.

Él solo me mira. Aprieta los labios, observa y asiente ante mis palabras.

—Pensé que quizás estaría bien irnos de vacaciones a la montaña. Serían las últimas y me parece que es una linda forma de darle un cierre a todo esto.

Se toma varios minutos para responder, como si su vida dependiera de ello, sin darse cuenta que la que lo hace, es la mía.

—Me parece un buen plan. También necesitamos descansar, así que tenemos excusas para hacerlo —se ríe.

No esperaba para nada esa reacción. De hecho, esperaba un «no» rotundo de su parte ya que las cosas no vienen muy bien.

Supongo que ahora tendremos esta última oportunidad para despedirnos como nos debemos. Espero que esta sea la mejor semana de nuestras vidas, o que al menos, la recordemos aunque sea con una parte del amor que nos tenemos.

Aunque no haya sido la idea, el postre, sabe un poco amargo.

El eco de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora