Capítulo 3

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- La cena de la discordia -


Sala de interrogatorios, Noruega

La puerta grisácea chirrió al abrirse, traicionando su antigüedad y el óxido acumulado. Al entrar en el cuarto de interrogatorios, solo el sonido monótono de la ventilación rompía el silencio, mientras la mirada de la señora Eleanor destilaba una furia incontenible.

—Señora Eleanor, qué inesperado es verla aquí por voluntad propia —comentó Alexander, mientras se acomodaba en la silla frente a ella—. Sobre todo, considerando el... desdén que sentía hacia su hija Emma —concluyó, colocando unos folders sobre la mesa.

Eleanor soltó una risa corta y amarga.

—Hablemos claro detective. Pregunte lo que tenga que preguntar —su voz, aunque melodiosa, tenía un filo cortante.

—Emma era su hija, su propia sangre. ¿Por qué ese rechazo hacia ella?

Eleanor se tensó, como si cada palabra fuera un peso que la empujara hacia abajo, poniéndose rígida al momento. Miró hacia su izquierda, sonriendo con sarcasmo.

—Yo solo tuve tres hijos. Ella no era mi hija...

Alexander la interrumpió, buscando una confesión, pero Eleanor continuó, desbordando una mezcla de rabia y dolor.

—Mi querido esposo —comenzó ella con una mezcla de furia e ironía—. Al no poder darle una hija, me consideró defectuosa y lo primero que hizo fue ir a un burdel y embarazar a la primera que encontró —una lágrima solitaria recorrió su mejilla—. Y para humillarme aún más, trajo a esa niña para que yo la criara. Cada vez que la veía, era como ver mi fracaso personificado. Yo nunca pude darle una hija.

Un silencio abrumador se apoderó del cuarto de interrogatorios, solo roto por las inhalaciones profundas de Eleanor, luchando por contener sus emociones.

—William tenía planes de casarla, siempre viendo a las mujeres como monedas de cambio. Nunca supe con quién, pero sospechaba que era alguien de la casa de apuestas.

—¿Y nunca vio al prometido?

—No, nunca —respondió, desviando la mirada—. Pero descubrí que él se había obsesionado con ella, por eso no quería que se casara con él. Nunca lo vi, porque siempre lo recibía William, pero siempre que llegaba, evitaba que ella lo viera.

—¿Puede decirme por qué?

—Ella merecía más. No quería que sufriera lo que yo sufrí. Sentirse vendida, como una simple transacción.

—Habló de una casa de apuestas, ¿a qué se refiere exactamente?

—Es un lugar oculto, accesible por un pasadizo subterráneo en nuestra propiedad. Los miércoles y viernes se juega, y los sábados... los sábados se subasta más que objetos. William es el anfitrión de esos eventos. Si vas un sábado a las 11 de la noche y dices "Vengo a saborear el bello festín", te dejarán entrar. Solo asegúrate de vestir un traje elegante. No deberías preocuparte por William; él siempre está en bambalinas, detrás de la función.

—Es revelador que comparta esto conmigo. ¿Por qué lo hace? —preguntó Alexander, esperando una respuesta que satisfaga sus dudas.

—Estoy cansada de esperar que la vida le pase factura a William. Quiero verlo pagar por todo lo que ha hecho, aunque sea en la silla eléctrica.

La sala de interrogatorios permaneció en silencio, con la confesión de Eleanor colgando en el aire como una nube cargada de tormenta, lista para desatar su furia.

El Fantasma: Rastros de un CrimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora