Capítulo 1

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- El silencio del número 8 -


Mansión Clare, Vindvær, Noruega

El susurro del viento entre los abetos se mezclaba con el murmullo de los rumores que se esparcían por Vindvær. Los lugareños, acostumbrados a la tranquilidad de su pueblo, procedieron a cerrar sus puertas con llave, un gesto casi olvidado en esa comunidad. Las hojas caídas crujían bajo los pasos apresurados de quienes, alarmados por la noticia, rompían el silencio otoñal. La noticia de la muerte de la joven se diseminaba con una rapidez inusitada; un homicidio era algo inaudito en ese pacífico lugar, hasta hoy.

En la colina, la gran mansión, una estructura imponente de madera y piedra, se encontraba sumida en un completo caos. La cocinera, con las manos aún manchadas de harina, no dejaba de llorar, insistiendo en que la víctima no podía ser la joven a la que siempre veía sonreír. El olor a tierra mojada y hojas podridas se filtraba a través de las ventanas abiertas, un recordatorio melancólico de la estación. El anciano, con un nudo en el corazón y las manos temblorosas, trataba de consolarla, pero le era imposible. El dolor de perder a alguien cercano era asfixiante y penetrante.

Una figura imponente, el detective, se dejó ver al entrar por la puerta principal. Había investigado otras siete muertes con el mismo modus operandi: las víctimas eran inmovilizadas, vendadas de los ojos, atadas de las muñecas, recibían dos disparos y una marca en sus pies. Siete trágicas muertes, y ahora, una octava.

Para llegar a la escena del crimen, el detective tenía que pasar por la puerta que daba a la sala de estar. Sin embargo, su atención fue capturada por la conversación que provenía de adentro. Se encontraban cinco personas; se posicionó detrás de la puerta para escuchar.

—¡Imagínate! Solo por ella tendremos que abandonar esta hermosa mansión—la señora se dejó caer en el sofá, un mueble de cuero que crujía bajo su peso, típico del diseño nórdico de la época—. ¡No sé por qué no se defendió! Quizás mejor quería que la mataran. ¡Esa pequeña zorra! Es mejor que esté muerta así ya no tengo que verla.

—Qué cínica que eres, no puedo creer que seas mi madre —replicó el segundo hijo, con una mezcla de ira y desdén—. Ella siempre hacía todo lo posible para complacerte y lo único que recibió de ti fue desprecio. Al menos estando muerta ya no tendrá que sufrir tus crueldades.

—¡Ja! Ahora la defiendes, ¿prefieres a esa zorra sobre tu propia madre? —la señora se levantó, acercándose amenazadoramente al segundo hijo.

—¡Siempre la defendí! Es mi hermana y aunque ya no esté, espero que pagues por todo lo que la hiciste sufrir —replicó él, con un tono que denotaba tanto dolor como determinación.

El segundo hijo salió tan rápido de la habitación que no se percató de la presencia del detective. La discusión continuó, elevando el tono cada vez más, hasta convertirse en una tormenta de insultos y reproches.

El detective, dando un paso atrás, se dirigió a la planta alta, dejando atrás esa tormenta emocional. Al llegar a las escaleras, subió lo más rápido que pudo para enfrentarse a la desastrosa escena. El eco de sus pasos resonaba en la mansión, como si el otoño mismo se lamentara por la tragedia ocurrida.

Muebles volcados, libros de la estantería esparcidos por todos lados, sangre en las paredes y en los muebles. Y ella, la joven, yacía en el suelo, en cuanto le quitaron la sábana una venda en sus ojos quedó visible al quitar la venda de los ojos, se distinguió cómo fueron arrancados. Al acercarse, se notaba un moretón que abarcaba gran parte de su rostro, dos de sus dientes faltaban, y tras atarle las muñecas le habían quebrado el dedo anular. Para finalizar, dos disparos en el corazón sellaron su destino.

El Fantasma: Rastros de un CrimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora