Capítulo uno

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Nueva York, 2018

Emma Swan


Eché el equipaje al maletero y me metí en el asiento trasero del auto, al lado de mi madre y Ruby, mi hermana. Mi novio Killian iba en el asiento del piloto y a su costado iba mi padre, quien sostenía un mapa del estado de California. Ellos, como siempre, iban charlando sobre todo lo que haríamos una vez llegando a San Francisco mientras nosotras solo permanecíamos en silencio. Subí las piernas al costoso asiento de cuero que Killian acababa de comprar hacía apenas unas semanas para estar más cómoda. Dos maletas, pertenecientes a Ruby, no alcanzaron lugar dentro de la cajuela por lo que estaban apiladas junto a mí.

-Cariño -me habló a través del espejo retrovisor-, no subas los pies al sillón. Recuerda, el tapizado es costoso.

Me mordí el labio con fuerza, lastimándome. Killian me trataba como si fuera una niña pequeña, no como su novia y futura esposa. Papá me miró sobre su hombro. Solo podía verle la mejilla izquierda abultada y la papada que se movía cuando hablaba.

-Princesa, tu chico tiene razón. Tienes que ser más cuidadosa.

-¡Pero no he hecho nada! Es bastante incomodo ir con los pies aplastados durante todo el camino.

Mi madre puso su mano sobre mi rodilla y le contestó a mi padre.

-David, ¿por qué mejor ustedes no ven que ruta es la más rápida? Yo me encargo de las chicas.

No dije nada más, luego de eso solo le sonreí a mamá y continúe callada. Luego levanté la vista y me encontré con los ojos de Killian mirándome de una manera familiar, pero no cariñosa.

Desvié mi atención e intenté concentrarme en los paisajes californianos. Había viñedos, campos verdes y cercas de madera que detenían el camino del ganado hacia la vía. Casas de distintos colores, cabañas, molinos, caballos y burros...

La voz de mi prometido me sacó de mis pensamientos.

-Tu madre te acompañará a ver el vestido de novia, después podremos ir a ver el salón. Será una boda fantástica, amor. Ya verás.

Boda fantástica. Seis meses después de la propuesta de matrimonio y yo ya no estaba segura de que tan fantástico sería aquello. Killian llevaba la batuta en todo esto y se pasaba horas en la planeación de cada detalle. Se suponía que nos casábamos los dos y los dos tendríamos
que ser parte del proceso, pero él casi no me dejaba opinar y si lo hacía ponía cualquier pretexto para desechar mi idea.
Traté de no pensar mucho en ello, al fin, no tenía nada de malo estar entusiasmado por tu
boda, ¿verdad? Y él estaba más que entusiasmado.

Durante los seis meses de planeación, mi familia acogió a mi prometido como a un miembro más, sobretodo mi padre. Él le había ayudado a escoger su esmoquin, a elegir el lugar de la luna de miel y el sitio donde se llevaría a cabo la ceremonia. Inclusive le había otorgado como regalo de bodas adelantado el anillo con el que su madre, mi abuela, se casó. Noche
tras noche ambos se quedaban conversando en el porché de la casa hablando sobre "cómo
ser un marido y padre de familia ejemplar".

En algunas ocasiones llegué a pensar que esto, de alguna u otra manera, funcionaria. Killian Jones era el tipo que te bajaba la luna y las estrellas si se lo pedias; alto, guapo y gentil. Era elegante, ordenado, ayudaba a las ancianas al cruzar la calle y a llevar el súper. Era excesivamente cariñoso y, por supuesto, un exitoso abogado. Era el hombre que cualquier mujer desearía a su lado. Cualquier mujer menos yo.

Ciudades de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora