7

134 16 5
                                    

Era un mediodía soleado y pero fresco en Buenos Aires. Luis caminaba hacia la librería de Maggie, feliz por el almuerzo que habían planeado.

Cuando llegó, notó algo diferente en el rostro de Maggie, una sombra de preocupación. Ella lo recibió con una sonrisa forzada, que no pudo esconder del todo la angustia en sus ojos.

– Hola Luis.

– ¿Cómo estás Maggie, todo bien? – pregunto preocupado, mirándola.

Ella suspiró y se sentó detrás del mostrador.

– No, la verdad es que no. Estoy re desanimada... Hoy a la mañana fui a la feria a retirar un pedido que había encargado. Me salió bastante caro, y ahora cuando lo empecé a revisar hay varios libros que están rotos o con humedad. Me quiero morir.

Luis acercó a ella con el ceño fruncido.

– ¿Qué? No me digas... ¿Pero no los podés devolver?

– No, eso es lo malo de comprar en la feria. Son libros usados, y pagas por lo que viene. A veces te tocan bueno, y a veces te comes el garrón... Cómo esta vez. Me da bronca, porque últimamente estoy perdiendo más de lo que estoy ganando...

– Encima vos le re metes a esto. ¿Estás segura que no hay una manera de resolverlo?

Maggie negó con la cabeza.

– Lo intenté, pero dicen que no pueden hacer nada. Solo un descuento en la próxima compra.

Luis pensó por un momento.

–¿Y si buscamos otro lugar? ¿Otra feria? Ya si este tipo te vende las cosas así, mejor tacharlo de la lista... ¿O no?

– Si, supongo que si. Solo que no conozco mucho. Aunque este tiene por lo general buenos libros, por eso no se que hacer.

Luis se quedó en silencio, buscando una solución.

– ¿Y si... organizamos un evento para atraer más clientes mientras solucionamos el problema?. No sé, podríamos hacer un reci con la banda, y vos podras hacer una venta especial de los libros que ya tienes.

Los ojos de Maggie se iluminaron un poco.

– ¿De verdad me decís?

– Obvio que si. Lo que te paso es un garrón, Pero vamos a buscarle la vuelta. No podés seguir tirando plata, así estoy seguro que va a venir mucha gente y vas a recuperar lo que perdiste. Una parte al menos. – se encogió de hombros.

– Me gusta... Podríamos hacer una noche de poesía y música.

Luis sonrió, sintiendo que estaba haciendo un pequeño cambio en el ánimo de Maggie.  Y eso le gustó. Se sintió orgulloso de si mismo, por poder ayudar en la situación.

– Me encanta esa idea... Tranquila. No te desanimes, ya vamos a pensar en algo para recuperar la plata perdida. ¿Vamos a ese almuerzo que me prometiste, y te despejas un ratito?

La miró expectante, apoyándose en el mostrador y ladeando su cabeza.

Ella sonrió y miro sus ojos café profundos. Y sus cejas, y su nariz, y sus labios finos. No evito sentirse más tranquila y asintió con al cabeza.

– Si... Gracias Luis.

– Pero por favor. Vení, vamos, dale.

La animó y ella rió comenzando a cerrar el negoció para irse a almorzar con él.

.

Mientras caminaban hacia un pequeño restaurante de barrio cercano, charlaron ideas y estrategias para atraer más gente a la librería y reunir apoyo de la comunidad. La conversación fluyó con facilidad, y Maggie empezó a sentir que Luis era una gran persona.

Corazón de tiza | Luis Alberto Spinetta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora