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Se quedaron un buen rato mirando la película de vaqueros que pasaban en la televisión, acurrucados en el sillón mientras el le hacía caricias en las piernas de Maggie que descansaban en su regazo.

Ella volteo a verlo, desviando su atención de la película por un segundo.

Era tan hermoso. Y con el éxito que tenía en Almendra y el que estaba volviendo a ganar con las presentaciones locales de Pescado Rabioso, veía cómo más de una chica lo aclamaba entre el público. Veía cómo más de una desearía estar en su lugar.

Sonrió ante su pensamiento y el volteó a verla.

– ¿Que pasa? – le preguntó con su voz suave.

– Nada... Que sos hermoso. – confesó, subiendo una mano a su flequillo y peinandolo con sus dedos, corriendolo un poco de su frente.

El río y cerró sus ojos ante su tacto.

– Vos también sos hermosa, Maggie. Sos la mujer más linda que conocí... Sos tan bella como una mariposa.

Ella sonrió al escuchar sus palabras. Siempre encontraba la manera de decir las cosas de una forma única y casi poética.

Se acercó y lo besó. No le importó más quedar como una pesada... Y notó que sus intenciones eran las mismas, cuando vio que le respondió el beso de la misma manera y no tardó en profundizarlo abrazándola con ternura.

Aquella noche no restringieron nada. Se deseaban, claro estaba. Los besos fueron aumentando de ritmo, volviéndose más profundos, más húmedos, más pasionales. Y con ellos, las caricias se sumaron también.

Deseosos por conocer el cuerpo del otro, acariciaban y frotaban cada centímetro de piel, deteniéndose un poco más en las zonas mas erógenas: como el cuello, la espalda, el abdomen, las piernas... Y por último sus intimidades.

Maggie dirigió a ambos ya medio desnudos a su habitación para estar más cómodos, y aquella noche tuvieron su primer encuentro. Hicieron el amor y se sintió tan real, tan sincero y tan mágico que pareció casi de película. Había sido una noche que no olvidarían jamás, y que había reforzado su vínculo de una manera evidente.

• • •

Con el tiempo, la relación entre los dos se fue afianzando de manera natural. Ambos comenzaban a tratarse como pareja, compartiendo no solo sus sueños y aspiraciones, sino también las pequeñas cosas cotidianas que hacían su día a día más especial.

Luis solía pasar por la librería después de sus ensayos con Pescado Rabioso para llevarle a Maggie su café favorito. En las mañanas de los fines de semana, se reunían para hacer compras juntos, eligiendo los ingredientes para las cenas que solían cocinar juntos en casa de Maggie.

Solían verse más allí, porque era donde más intimidad tenían, ya que en su casa Luis tenía a toda su familia y si bien iban seguido a visitarlos, prefería la intimidad que tenía en el departamento de Maggie.

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Una mañana de domingo, mientras preparaban una lasaña en la cocina de Maggie, Luis se detuvo a observarla.

La veía concentrada, con el ceño ligeramente fruncido mientras cortaba las verduras, y no pudo evitar pensar en lo mucho que se había enamorado de ella. La idea de proponerle ser una pareja formal rondaba su mente constantemente aquellos últimos días.

– ¿En qué pensas que me miras tanto? – le pregunto ella, sin desviar la mirada de su tarea.

El rió al ser descubierto.

– En lo mucho que te quiero. Y en lo linda que te ves cocinando, algo tan simple como eso..

respondió él con una sonrisa, acercándose para darle un beso en la sien.

Corazón de tiza | Luis Alberto Spinetta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora