Pd: la foto dios te amo flacoAl llegar a casa, se quedó pensando en aquel lugar mientras preparaba la comida, con la mirada perdida.
– Luisito, te me adelantaste hijo... ¿Que estás haciendo?
Su mamá lo sacó de sus pensamientos.
– Ah, nada... Quería cocinarles algo. Espero que no te moleste.
– ¿Cómo me va a molestar hijo? Pero por favor, ¿Que ibas a hacer?
– Risotto alla Millanese. – sonrió y Julia palmeó su rostro con cariño.
– ¿Querés que te ayude?
– No, hoy cocino yo para ustedes. Prepárate unos mates si querés...
– Bueno dale.
– Ma... ¿Te puedo hacer una pregunta? – volteó, dejando de cortar los vegetales para la salsa.
Julia dejo la pava en el fuego y volteó a verlo curiosa.
– ¿Viste esa estructura vieja que está cerca de la verdulería?
– ¿Donde atendía el viejo Castro?
– No sé quién atendía. Pero esa que tiene una puerta larga, y una vidriera chiquita... Que yo recuerde, estuvo muchos años abandonada.
– Si, no atendía nadie ahí. – dijo dándole la razón, pensativa.
– Hoy pase por ahí... Y ví que abrieron una librería.
– ¿Ah sí, no me digas?
– Si... – volvió pensativo a su tarea. – Creí que por ahí, habías pasado.
– No hijo, Pero voy a ir a ver... Siempre es bueno que hayan locales nuevos. Renueva la energía del barrio... ¿No?
– Si. – sonrió él, sin quitar la vista de los vegetales.
• • •
Salía de un ensayo muy improvisado con la banda, cuando se decidió a volver a casa caminando.
– ¿No querés que te pase a tirar, flaco? – pregunto David, dirigiéndose a su auto.
– No, no... Está bien. Quiero estirar las patas. – bromeó haciéndolo reír.
– No te estires tanto que ya medis casi dos metros hijo de mil. Bueno, nos vemos el finde entonces viejo... Cuídate.
– Chau David. – le sonrió, se quedó mirando como el auto de su amigo se alejaba por la calle, y retomó viaje a casa mientras encendía un cigarrillo pensativo.
Cuando se estaba acercando a su casa, peino su cabello mirándose en el reflejo de una vidriera.
Éste estaba largo, bastante largo aquellos últimos días. Y se había cortado el flequillo enmarcando su fino y delgado rostro.
Retomó su camino, y se plantó en la esquina. Miró que a unos metros, dónde estaba aquella librería nueva, había un pizarrón nuevo en la vereda.
"¡Pase y llévese un libro usado! Descubra tesoros en páginas ya amadas".
Con una letra un poco desprolija. Pero no evito sonreír. Aquello lo había terminado de cautivar.
ESTÁS LEYENDO
Corazón de tiza | Luis Alberto Spinetta
RastgeleMaggie Klein es una jovencita de un pueblo tranquilo llamado Altamira. Ella deja atrás su hogar para abrir una tienda de libros usados en Buenos Aires, lugar que casi por obra del destino, conoce a Luis Spinetta, un joven músico bohemio de 23 años q...