03. Una estación para visitar a los quantox

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Sammen aceptó con gran entusiasmo la propuesta de su amigo y, sin más dilación, ambos marcharon para contemplar juntos el espectáculo de ver salir de dentro de la ciudad espacial a esa estación que Hihn iba a pilotar solo unos días después de su e...

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Sammen aceptó con gran entusiasmo la propuesta de su amigo y, sin más dilación, ambos marcharon para contemplar juntos el espectáculo de ver salir de dentro de la ciudad espacial a esa estación que Hihn iba a pilotar solo unos días después de su encuentro.

Pero para llegar al lugar indicado primero tuvieron que desplazarse por dentro de la ciudad. Para ello, salieron de la estación en la que ambos se habían encontrado y comenzaron a volar por los alrededores del planeta, acompañados de un enjambre de personas que estaba haciendo uso del mismo sistema de transporte que ellos. Era habitual que las ciudades espaciales del futuro contaran con vías circumplanetarias que permitieran a los ciudadanos desplazarse libremente por las diferentes construcciones que orbitaban al planeta. Incluso algunas de estas vías permitían la entrada al propio planeta mediante un sensacional y sobrecogedor viaje a través de las capas atmosféricas que lo envolvían, introduciéndose en su interior por los polos del cuerpo masivo. 


Así, desde un lugar con vistas privilegiadas, los dos amigos iban a poder observar la estación de la cual Hihn iba a ser el copiloto

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Así, desde un lugar con vistas privilegiadas, los dos amigos iban a poder observar la estación de la cual Hihn iba a ser el copiloto. Esta tenía una morfología cilíndrica de aspecto de pétalos solapados y estaba dotada de una tecnología que permitía concatenar las líneas de métrica del tejido espaciotemporal a lo largo de su eje longitudinal. Aunque daba la sensación de que su aspecto era poco refinado, la forma de la nave en realidad estaba muy bien estudiada para la navegación por el espacio ya que su aerodinámica no era importante.

En el momento de llegar al lugar de observación, la estación se desplazaba lentamente hacia la pared interna de la membrana tecnológica que envolvía al planeta y que formaba la frontera de la ciudad con el espacio vacío. El lugar estaba lleno de caminos espaciales y otras estaciones de diversa funcionalidad. De fondo, la malla poligonal de la membrana que rodeaba a la ciudad espacial se apreciaba como un inmenso espectro de aristas brillantes que proporcionaba una exquisita sensación de majestuosidad a la escena.

Por supuesto, Sammen sintió una gran emoción y alegría por su amigo.


Pocas semanas después de aquel encuentro entre Sammen y su amigo Hihn la estación comenzó su viaje a través de la galaxia

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Pocas semanas después de aquel encuentro entre Sammen y su amigo Hihn la estación comenzó su viaje a través de la galaxia. Los viajes interestelares de la época hacían uso de una técnica llamada metrovección. En dicha técnica se hallaba el secreto por el cual los viajes se podían hacer a velocidades superlumínicas, pues en realidad la nave lograba desplazarse a través del espacio-tiempo sin realizar ningún tipo de movimiento y, por consiguiente, esto mismo evitaba que esta quedara sujeta a las limitaciones de la velocidad de la luz.

Por otro lado, esto mismo imponía la necesidad de que los viajantes quedaran inmersos en un dominio físico distinto al que caracterizaba a la física y a la naturaleza humanas. La vista desde este dominio físico en el cual se sumergía la tripulación y a través del cual se realizaba este viaje provocaba que el interior de la galaxia, lejos de ser un lugar oscuro y vacío, fuera un espacio rico en formas y detalles, mostrándose las diferentes regiones de volumen espacial como lugares en los que las curvas de elasticidad temporal podían facilitar o complicar la ruta.

Esta técnica, la metrovección, permitía realizar viajes de recorridos largos en plazos de tiempo muy razonables. El único inconveniente era que, de igual modo a como sucede con muchos otros principios de la física, esta manera de funcionar no era gratuita, sino que tenía un coste. Este coste era el precio que la realidad exigía pagar ala humanidad como contraprestación por permitirle utilizar la ciencia en su beneficio, esto es, para poder hacer travesías a nivel superlumínico. Y este coste, en consecuencia, implicaba algo muy perturbador: imponía la necesidad de aceptar como algo común y habitual una propiedad muy inquietante de la realidad, tal y como se verá más adelante. 

El Cénit de las Realidades (versión ilustrada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora