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Encima de mí se veía más poderoso más dominante, sus ojos llenos de lujuria me miraban como si quisiera devorarme, algo que aunque el no lo supiera hacía que mi sexo se humedeciera mucho más. Cada vez que me miraba de aquella forma me volvía loca.

Lo miré directamente a los ojos cuando comenzó a bajar dejando un camino de húmedos besos desde donde comenzaba mí pecho hasta la liga de mí panti. En todo ese tiempo sus ojos no se separaron de los míos, y aunque yo quería hacerlo había algo que me obligaba a quedarme ahí, observándolo.

Juego con el borde de mí braga de encaje de color negro y luego se deshizo de ella. Me lanzó una última mirada cargada en lujuria y deseo antes de enterrar su rostro entre mis piernas.

Con su lengua recorrió la humedad que se había formado justo alli, donde se ubican ambas, saboreo mí sexo como el más dulce de los manjares. A una velocidad constante y torturadora que me tenía rogando por un orgasmo.

Mis gemidos eran lo único que se podía escuchar por la habitación mientras el devoraba mí húmedo coño. Las piernas comenzaron a temblarme cuando sentí que ya no podía aguantar más aquella tortura.

Aunque el sin siquiera percatarse del orgasmo que estaba por tener continúo haciendo lo suyo, como una buena tarea, lamía, besaba y succionaba mí sexo. Sus movimientos eran constantes y circulares sobre mí clítoris cosa que hizo que ya no aguantará más y me deje llevar por la deliciosa sensación. Mientras mis fluidos mojaban la parte interna de mis muslos.

El se separó de mí y me miró a los ojos...

—Amo está tortura—dije sin siquiera abrir los ojos para mirarlo a la cara. No tenía que hacerlo, el sabía que aquello para mí era el cielo.

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