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Era un día muy tranquilo y padre e hijo se aburrían demasiado en la patrulla.

   —Oye, ¿Freddy no debería haber vuelto ya? —preguntó Gustabo.

   —Sí, pero parece que están demasiado a gusto.

   —¿E Isidoro, cuándo se reincorpora al trabajo?

   —Pues, según Castro, le quitaron la escayola hace ya cuatro días y sus costillas ya están curadas. —Hizo una breve pausa para mientras miraba una alerta—. Le han quitado hasta los puntos de la pierna, pero la nena dice que le duele —criticó Conway, imitando malamente una voz infantil.

   —Vamos, que están haciendo el vago.

   —Exacto.

   —¿Y si vamos a espiarlos un poquito? —El mayor le miró enarcando una ceja—, ya sabes por el bien de la Misión Celestina.

   —Menuda mierda de nombre, es mejor Misión Cupido. — Después de ese comentario, condujo hacia la casa de Isidoro.

Una hora después seguían los dos en la montaña, observando la casa con prismáticos.

   —¿Me puedes explicar por qué te ha parecido buena idea esto?

   —¡Shh! Que han salido. —Susurró emocionado Gustabo.

   —¡Pero por qué susurras, pedazo de anormal! ¡Ni que podrían oírnos!

   —¡Están en la piscina!

   —Déjame ver —ordenó el súper, extendiendo la mano.

   —Espera, espera... Freddy le está diciendo algo.— Estaba concentrado, como si pudiera llegar a escuchar lo que decían. Conway le arrebató los prismáticos y miró a través de ellos.

   —Definitivamente, deberíamos haber puesto micros —dijo Conway.

   —¿Eso no hubiera sido demasiado? No sé tú, pero yo, no quiero escuchar todo... Todo. —Acentuó la última palabra.

   —¡Qué asco! ¡Cállate, ni me lo recuerdes! —Bajó los binoculares. —Se están haciendo aguadillas —pareció pensar en algo durante unos instantes— ¡Sígueme! —. Se montó en la patrulla, seguido por el rubio.

   —Vamos a cortarles el rollo. —añadió mientras bajaba el vehículo por la montaña. —¿Sigues teniendo las llaves, no?

   —Sí, pero, eso no sería algo como... ¡Joder la puta misión!

   —No sabes nada de la vida Gustabin... Esto se llama aumentar la tensión. —Gustabo negó con la cabeza, sin comprender a lo que se refería.

Sin informar de su presencia, se colaron en la casa en silencio. Al salir al jardín, observaron desde la altura cómo Freddy e Isidoro estaban demasiado juntos y el gallego, a diferencia de Navarro, no paraba de reír. Gustabo le hizo señales a Conway para que se quedara quieto y en silencio. Pero este, caminando con confianza, bajó las escaleras al grito de:

   —¡Joder! ¡Qué bien os sientan las vacaciones! ¿Por qué no invitáis a la fiesta? —Gustabo, abochornado, observaba cómo los otros dos se separaban espantados.

   —¡Hostia neno! Tú la de llamar a la puerta, ¿te la sabes?

   —¿Y tú la de trabajar? Hace cinco días que podrías haber dejado de vigilar al inodoro —miró a su alrededor, pero su vista paró ligeramente en Isidoro—, pero ya veo que te tenía tan entretenido. —Gustabo que se había acercado, se reía sin parar sentado en las escaleras.

   —Mañana os quiero a los dos en mi despacho a primera hora. ¡Sin excusas, supernenas! —Mientras volvía a subir por las escaleras, gritó: — ¡Gustabo, nos vamos!

Destino EntrelazadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora