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Freddy tuvo que inventarse una excusa para justificar las heridas en su cara y su falsa cojera. Al superintendente no le convenció mucho que Freddy caería en las provocaciones de un civil cualquiera y le daría una paliza. Por si fuera poco, mintió diciendo que tuvo un accidente probando la moto de Isidoro. Hasta el mismo comisario sabía que era una excusa pésima; pero los golpes no coincidían con un accidente de coche.

Lo que peor llevaba era tener que aguantar a Isidoro conduciendo.

   —¡Se fue por la izquierda!

   —¡¿Pero qué dices tete?! —Freddy miró por el retrovisor y vio pasar el vehículo que perseguían, en sentido contrario.

   —¡Está detrás! —Isidoro miró por el retrovisor y no vio nada.

   —¡Tú vas fumao'!

Cuando llegaron a la comisaría se encontraron con el superintendente y Gustabo. El mayor le indicó al comisario que se reuniera con él en su despacho.

   —¿Y yo qué hago? —expresó Isidoro. Llevaba tanto tiempo sin separarse de Freddy, más de una hora, que se sintió perdido. Conway lo miró esperando que lo que acaba de oír fuera una broma, al ver que no era así, se enfadó.

   —Vamos a ver, capullo. ¿Sabes que existe algo llamado trabajo de oficina? —Negó al ver el gesto de frustración de Isidoro; hasta él sabía que odiaba quedarse sentado. —Yo qué sé, vete a patrullar con Gustabo. —cedió e Isidoro sonrió feliz y tuvo la intención de chocar los cinco con el subcomisario, hasta que Freddy habló.

   —¡No! ¿Y si lo secuestran, qué? —Freddy también se sentía como pez fuera del agua; y no confiaba la seguridad de Gonzalo a nadie.

   —Otro anormal. —El súper suspiró cansado. —Pero vamos a ver, ¿y qué se supone que vas a hacer tú cojo y tuerto?

   —No estoy tuerto, tengo la visión reducida. ¡Qué no es lo mismo!

   —Y tanto, visión reducida; ve coches donde no los hay... —Se giró ignorando las quejas del comisario. —Vamos, chochito de fresa.

   —Conway, como le pase algo, te culparé a ti.

   —Quién me mandó juntaros —murmuró por lo bajo. —Estará bien, coño.

El patrullaje de los dos amigos fue habitual; se pusieron al día, Isidoro no paraba de molestar a Gustabo, Gustabo amenazaba con pegarle... Tuvieron bastantes éxitos, hasta que la ciudad se tranquilizó. El acudir a una alerta se volvió una lucha entre los binomios; el más rápido en informar, ganaba, y cualquier alerta era buena.

Cuando una vecina informó de un altercado en el badulaque central, Gustabo fue el primero en avisar que acudían.

Al llegar allí, había una pelea entre dos mujeres. Por lo poco que llegaron a comprender, la rubia le reclamaba a la otra haber tirado su moto al aparcar con el coche. La morena lo negaba por completo y argumentaba que había sido otro coche que se había marchado.

   —¡Y una mierda! ¡Me vas a pagar el arreglo, o te doy de hostias! ¡Qué te he visto, joder!

   —Solo es un roce de mierda, no exageres —comentó Julyana, que acompañaba a la morena.

   —Es tan fácil cómo mirar las cámaras del badulaque, calmaos. —Intentó tranquilizarlas Gustabo.

   —¡A mí no me digas que me calme! —gritaron ambas al subcomisario, e Isidoro se aguantó la risa.

   —Vale, vamos a hacer una cosa. Haced el parte amistoso para el seguro y solucionado. Tampoco es que os vayáis a poner de acuerdo.

La morena, que cedió por la presencia policial, sacó el papel de la guantera de su coche y ambas comenzaron a rellenarlo enfadadas. Los dos policías decidieron quedarse hasta que cada una se fuera por su lado; por sus caras y comentarios hirientes, podrían enzarzarse en una pelea en cualquier momento.

Destino EntrelazadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora