03. El Compromiso de Julieta

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No podía negarlo, Candy respiró tranquila cuando lo escuchó volver después de la ducha, pero sobre todo cuando lo sintió acomodarse a su lado. Por supuesto que había esperado algo más que el simple e inocente beso de buenas noches que recibió; aunque lo atribuía al claro cansancio que notó en él.

No importaba. Estaba convencida de que, después de solucionar lo que le esperaba en Chicago, tendrían toda la vida para poder seguir compartiendo muestras de afecto.

Aún así, por la mañana se sorprendió al despertar y notar que él no estaba; había esperado que pudieran desayunar juntos, despedirse y asegurarle que volvería pronto. Pero estaba tardando más de lo imaginado y no deseaba marcharse demasiado tarde; quería descansar lo suficiente, antes de tener que volver al trabajo.

¿A dónde había ido, a esa hora, un domingo por la mañana, teniendo una invitada en casa?

Alguna emergencia en el teatro, quizá, no estaba segura, podía ser; como fuera, tampoco esperaba que él cambiara su rutina normal solo porque ella había ido a visitarlo y sin previo aviso.

Terminó de asear el departamento y preparó su maleta deseando poder despedirse de él, escribió una nota, por si las dudas, y lo vió entrar cuando estaba por salir del departamento.

—¿Ya te vas? —no supo qué más decir, aún estaba ofuscado gracias a la discusión que sostuvo con Susana, y había guardado la esperanza de que Candy se hubiera marchado antes de que volviera.

—Sí; yo...

—No digas nada —pidió antes de levantar la maleta de la rubia—. Te llevaré a la estación.

—Gracias —sonrió pensando en los pocos minutos que aún tendría a su lado.

—Susana te envía sus saludos —comentó una vez estuvieron en el auto, recordando la forma sarcástica y enfadada en que su esposa mencionó esos saludos.

—Gracias —se sintió incómoda, no era la charla que deseaba—. Me harías un favor si pudieras disculparme con ella, no pude ir a visitarla, ni siquiera sé donde encontrarla. ¿Ella está bien?

—Susana está tan bien como puede estar.

—Me alegra —sonrió aunque se dio cuenta del desinteres con el que pronunció esa frase—. Espero que también me puedas despedir de Caitlyn y saludar a Karen de mi parte.

—Lo haré —aseguró, aunque no pensaba hacerlo—. Seguramente Karen se molestara al saber que no la buscaste.

—Será para la próxima —sonrió.

—Claro... La próxima...

No había demasiado tráfico, no estaban tan lejos de la estación, no tardaron más de diez minutos y mientras la rubia compraba su boleto, él aprovechó para comprar el periodico. No era algo que hiciera muy seguido, pero había una nota en específico que quería leer.

—El tren partirá en casi una hora.

—Bien. Debo ir al teatro pero... —quería disfrazar su prisa, no ser obvio—. Creo que puedo esperar contigo durante otros cinco minutos —observó su reloj y luego señaló una banca vacía en la cual se sentaron.

—¿El New York Times?

—Me agradan los crucigramas de los domingos —fue su mejor pretexto.

—Lo tendré en cuenta. He visto que en Chicago también lo venden.

Candy no quería despedirse, lamentaba tener que marcharse, había demasiado que quería decirle.

—Tengo que solucionar algunas cosas en Chicago pero... —se detuvo al sentir que él le acomodaba un rizo detrás de la oreja.

Ni Romeo, Ni JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora