06. El Secreto de Julieta

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Por la mañana Terry no quiso despertarla; se levantó despacio, alargando el breve instante en que la observaba, sintiendo la necesidad de darle un beso de buenos días. Pero una vez en pie, al notar la hora, se apresuró para cumplir con la cita en el juzgado; aunque a mitad de camino se detuvo durante un par de segundos al recordar que ni siquiera había dejado una nota para la rubia.

¿Importaba?

Llegó a su destino mientras aún se debatía entre la cortesía y su propia libertad.

Ciertamente no le debía explicaciones a esa rubia, él tampoco las pedía ni mucho menos las necesitaba. De hecho, él ni siquiera la invitó y si la estaba apoyando era porque había sido demasiado ingenua. Pero a final de cuentas era su invitada, era una vieja amiga en problemas.

¿Amiga?

Sí. A pesar de que el tiempo y la distancia los había alejado, a pesar de los momentos que no deberían haber sucedido; aferrarse a esa vieja amistad era lo único que podía ayudarlos a sobrevivir al lío en que la rubia los había metido.

Después, al volver, la invitaría a almorzar para celebrar y le diría que no había querido despertarla, lo cual, en cierta forma, era cierto.

En ese momento, al saludar al juez y a pesar de que Susana y su madre estaban en la misma oficina, mirándolo con desdén; puso todo su esfuerzo en concentrarse en lo que estaba haciendo.

Aunque al final, durante todo ese día, ni siquiera pudo cruzar unas cuantas palabras con la enfermera, ya que cuando regresó del juzgado ella no estaba y al volver del teatro la encontró dormida.

Sin embargo, aunque extrañamente se sintió solo, sonrió y comió tranquilo al notar la cena que ella le había dejado preparada.

Eso era mejor que volver a casa deseando descansar y revisar una alacena casi vacía, para solo cenar algunas galletas o un pan con jalea junto con un par de vasos de licor y terminar fumando un poco.

Incluso era mejor que volver a aquella casa que compartió con Susana, en la que nadie lo esperaba y si ella lo hacía solo era por algún problema, una nueva discusión o para que pagara cualquier cuenta pendiente; solo para terminar cenando galletas o lo que fuera que encontrará en la cocina.

Pero esto no, esto era diferente.

Casi podía imaginar a Candy preparando aquel bistec y la ensalada con todo ese cariño con el que hacía todo. Tal vez por eso, aunque ya estaba frío, le pareció delicioso.

Sin embargo; la situación lo hacía sentir terrible, al punto en que mientras terminaba de cenar se preguntó si tal vez había algo más que pudiera hacer por ella, no solo dejarla quedarse.

Volvió a la recamara donde solo encendió la pequeña lámpara a un costado de la cama y mientras comenzaba a quitarse la ropa se dio cuenta de que el vestido había vuelto a su caja. Entonces, aunque algo le sugirió que no lo hiciera, decidió mientras se acomodaba, volvía a apagar la luz y la abrazaba por la espalda.

—Eres mi alma gemela y mientras estés aquí; te daré lo que deseas —murmuró y suspiró manteniendo aquel abrazó hasta que también se quedó dormido.

Quería hacerla feliz, aunque fuera de esa manera y durante ese efímero lapso. Era lo mínimo que podía hacer por ella.

•••

Un par de minutos después de que él se fuera y confirmara que estaba sola, Candy suspiró luchando por no sentirse mal al haber fingido estar dormida.

Solo era una invitada en ese departamento y no debía olvidar la decisión que ella misma había tomado; pasara lo que pasara, intentaría disfrutar de esos días a su lado y también haría lo necesario para que su presencia no resultara incómoda para él.

Ni Romeo, Ni JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora