La tejedora

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Educación, las señoritas de alta alcurnia, del distrito menor de la capital estarían cumpliendo la mayoría de edad la semana próxima, cada una había sido instruida con minuciosidad en las labores del hogar y cuidado de los niños.

Tras ser controladas por sus progenitores luego de la bajada de su última regla, y luego de los manoseos pertinentes de médicos entrometidos, las niñas ahora denominadas con el título de "vírgenes señoritas de alto valor", serían comprometidas y casadas con los hijos de los nobles.

Por desgracia para la menuda señorita Laura, su padre la había vendido a un vejete un tanto degenerado, de constitución más bien escuálida y apariencia desgarbada, tal vez, si desarrollara algo de suerte, pensaba ella, al hombre le fuera a dar un patatús con algo de ayuda.

Ser una joven viuda, parecía el mejor de los títulos siempre y cuando consiguiera convencer al marido de dejarle la herencia tras su misterioso deceso. Ya más tarde pensaría en ese asunto con calma, pues otra cosa preocupaba a la jovenzuela en estos momentos.

Laura era lo que se diría una muchacha "despierta" por no decir maquiavélica; sin embargo, una sola cosa conmovía su frío corazón. Y esto era la vulnerabilidad de su pequeña hermanita, a quienes sus padres ignoraban a menudo.

Decidió llevársela consigo a la última clase de "educación" que se impartía a las muchachitas del distrito menor y con algo de suerte podría causar la impresión deseada en su ilusa acompañante.

Ese día, en el teatro municipal de la cofradía, mucha gente acudió al evento, debido a que no se trataba de una sosería de presentación. Después de los respectivos saludos y oraciones ceremoniales, la función dio inicio.

¡Sobrenatural! Era el único calificativo que acudía a la mente de la pequeña Luana ante la belleza sobrecogedora que emanaba de aquel rostro de porcelana, cuál si fuera una muñeca inanimada carente de cualquier signo de vida, no obstante en un constante y fatídico movimiento.

La preciosa figura fémina danzaba al compás de tambores atronadores que colmaba el elegante recinto, su silueta distorsionada en largas sombras que se extendían en las paredes como almas en pena, mientras una casi imperceptible línea comenzaba a delinearse, dibujando formas en ese mágico instante, por cada complejo, pero sutil movimiento que las manos y piernas de la muchacha realizará en el aire.

<< ¡Hermosa!>> pensó la chiquilla, fascinada con la presencia casi mística de aquella mujer bailarina, pasando por alto las casi imperceptibles estelas sangrientas que la muchacha esparcía con cada voltereta hecha al azar

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<< ¡Hermosa!>> pensó la chiquilla, fascinada con la presencia casi mística de aquella mujer bailarina, pasando por alto las casi imperceptibles estelas sangrientas que la muchacha esparcía con cada voltereta hecha al azar.

De pronto una duda surco rauda por los pensamientos de la niña. Recordó las palabras que su amado padre le decía, sintió como Laura, su hermana mayor, le daba pequeños toquecitos al hombro con el fin de llamar su atención.

— ¿Luana? — preguntó al ver a su hermanita ensimismada por la presentación de aquella criatura en el escenario.

— Ella es tan hermosa, ¿no lo crees? — comentó Luana mirando fijo a la bailarina que alzaba las manos al vacío como lanzando dagas imaginarias.

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