Cuánta tranquilidad se percibía desde fuera de la ventana de la biblioteca. Un par de ojos azules contemplaban cautos la escena de un dúo de chiquillos revoltosos de no más de doce y quince años, respectivamente, jugueteando en la estancia del jardín.
Ricardo de 15 años resultaba ser en exceso comedido con cuanta persona se encontrará en su camino, esa mansa naturaleza suya sumada a la magnética apariencia que le acompañaba hacían del mancebo un excelente material de habladurías.
Tan sencillo le fue hechizar a toda la corte de su padre con su galanura y como no, embaucar a alguna que otra doncella, aunque por su talante bonachón esa no hubiera sido su intención desde un principio, siempre había ponderado la petición de sus padres en cada mínima acción suya.
Como resultado de la unión entre la casa de Castilla y la del viejo Zorzal de Arauca, Ricardo también gozaba del más poderoso linaje, no obstante y para enfado constante de su madre nunca parecía perder esa inocencia pura, heredada de su finado padre.
Su predecesor cayó en desgracia a causa de su tan popular ingenuidad, tomado por sorpresa debió experimentar la desagradable sensación del filo de la traición unos minutos antes de perecer, a manos de Lucrecio Asdrúbal su amado ahijado quién lo mató escuetamente envenenando la copa de jerez que siempre se bebía por las noches con un toque de láudano.
El magnicida se paseó orondamente por el castillo en exceso imprudente, al pensar que la matrona del virreinato se iba a quedar de brazos cruzados tras realizada tal osadía barbárica contra la corona. Mandó a guillotinar a todos los implicados, salpicando de culpa a algunos inocentes con acusaciones infundadas, total el mal ya estaba hecho y la fiera exigía sangre de un sacrificio en masa.
Actualmente, ella ejercía como monarca provisional en sus laureles, o al menos esa apariencia daba tras el intento de homicidio en su contra, una tarde gris en la que decidiera para su ruina galopar con su corcel por los campos de tiro donde se suponía, ya nadie debía estar cazando a esa hora.
Como toda hierba mala, no pudieron deshacerse de ella, al menos no del todo, el disparo cuyo único fin era el de despachar a aquella noble insolente no dio resultados alentadores, el caballo que usara pareció presentir la amenaza por lo que salió veloz como una saeta, alejándose del peligro; sin embargo, el proyectil fue a impactar contra el muslo del semental, inutilizándolo por completo, cayó unos metros más adelante aplastando la humanidad de su jinete.
Afuera el par de jóvenes hacía planear un barrilete contra el viento sin mucho éxito, todo sea para complacer al muchachito atorrante, pero hermoso, que alegraba los días del futuro gobernante del imperio.
Su primo de parte de la familia de su padre, lo había acompañado desde su corta infancia hasta su precoz adultez, dotado de una inusual belleza delicada y un humor a ratos vulgar que desarmaba las pocas defensas que Ricardo erigía.
Una beldad etérea amoldada en un cuerpo de niño, aunque en ocasiones daba la impresión de ser bastante despierto, consciente de sus propios atributos que despertaban la lujuria de los más inusuales degenerados, su primo el príncipe, por ejemplo, a quién no podía desobedecer, ergo debía beneficiarse de cuanto le podía succionar en calidad de sanguijuela parasitaria sin que se diera cuenta.
Para cualquier extraño aquello solo podía representar la máxima expresión de una interacción inocente, más no para la aguda y recelosa mirada de Ana Paulina Montero, matriarca de los Zorzales, que para esas alturas la mínima intención de acercamiento a su hijo le resultaba una amenaza.
Enterada de los roces indecentes que ocurrían al caer la noche entre esos dos que ilusamente creían ocultar su pecaminosa curiosidad del prójimo, cuando escondidos en sus aposentos se robaban tímidos besos o durante los descansos al sentarse demasiado cerca el uno del otro para leerse algún texto de la comunión de los santos como excusa para acariciarse por encima de la ropa estando aún en presencia de la nodriza que les acomodaba los enseres.
Nada le era ajeno a la emperatriz, el problema nunca fue el imprevisto jugueteo indecente de su hijo con el infante que adoptara en calidad de mascota, tampoco el género de los amantes que elegía o fuera a elegir a futuro, el conflicto estaba y siempre recaería en la supervivencia, Ricardo debía dar herederos a la corona y no con cualquier persona sino con la más pura de las estirpes reales. Solo alguien igual a ella podría ser suficiente.
El nombre de Margarita Sardúa duquesa de Oponte e infanta de Arauca, le venía a la mente como un nimio consuelo pasajero, entrenada por ella misma desde que la jovencita tenía 8 años, aún era inexperta, inocente, empero ostentaba de lo más importante que era juventud, buena salud y consanguinidad.
Una vez asegurada la línea principal al trono con una buena cantidad de nietos oficiales, convencería al pusilánime de su hijo para que se revolcara con otras mujeres y extendiera la línea de sucesión a una ramificación infinita para los Zorzales en todo el imperio, siempre que cada nacimiento fuera minuciosamente cuidado y que las hembras que le sirvieran con sus matrices gozaran de la suficiente nobleza, todo estaría justificado.
Con la cabeza siempre fría, pensó en el pasado ¿De cuántos pormenores tuvo que deshacerse para que su único hijo creciera a salvo?, dibujo una expresión cenicienta en el rostro; lo cierto era que nadie sospechaba de ella, muchos la menospreciaban o la veían como un problema menor, pues casi todo el mundo la creía una minusválida y enferma desgraciada anclada a la monarquía, tras el incidente con su corcel.
Nadie en Castilla sospechaba del tipo de influencia que ejercía sobre ciertos grupos de alto poder que tiraban de los hilos del carretel, como el titiritero afanoso en concretar una tarea, mucho menos de la lealtad absurda que estos profesaban a la actual reina o a los Zorzales.
Conocedora de variedad de artes, lo de despachar sin dejar evidencias se le había hecho un vicio extravagante, necesario sí, pero de mal gusto. Examino por última vez la escena de los jóvenes corriendo en el jardín trasero de la "casa de campo" como gustaba llamar al alcázar personal de la familia de Castilla y Arauca, lejos de la capital del imperio.
Apretó los labios en una especie de sonrisa sin dientes, con el dedo índice se tocó la punta de la nariz dándose vuelta para caminar trabajosamente ayudada con su bastón de avellano, vislumbro el camino oscuro, junto al librero de su biblioteca personal al que solo ella tenía acceso en busca del método puntual e infalible con el que se deshiciera de Dimitri su queridísimo sobrino.
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Relatos de Amor y Odio
HorrorAntología de cuentos macabros. Desde parejas imposibles, sectas demoniacas, rarezas truculentas, brujería, crímenes, amistades llamativas y mucha genialidad.