Encuentro Fortuito

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En el silencio, sus pasos sonaron resueltos, incluso osados ese día entre semana, caminando solitaria en el andén número 8 junto a las vías, algunas personas siguieron su andar con la mirada y es que la muchacha era muy llamativa.

Estaban por dar las 9 de la noche cuando el último tren arribó, las puertas dobles se abrieron vomitando al gentío que desparramado como un enjambre de hormigas atestó la estación.

El barullo fue breve, con el intercambio de personas bajando y de otras subiendo, hasta que el trasbordo terminó y las salidas se cerraron, dejando al tren partir al siguiente puesto.

En ese apeadero el rumor del viento acompaño al silencio que volvió a cortarse cuando un hombre de saco y sombrero observó por el rabillo del ojo que no estaba solo, Conrado Lama vio a una muchachita muy extravagante en ese solitario espacio.

— Señorita ¿Qué está esperando? — se aproximó a ella advirtiendo que la chica no reaccionaba a sus palabras, ya que balbuceaba bien bajo como si cantará una melodía mientras llevaba puesto un par de audífonos enormes que por los colores excesivos pensó en un principio que se trataba de algún adorno para el cabello. — ¿Señorita? — insistió tocándole el hombro con una mano.

— ¡Oh! ¿Sí, señor?, ¿qué pasa? — preguntó asustada, quitándose de un tirón los auriculares.

— ¿Le pregunté que está esperando? Ya es tarde, y ese acaba de ser el último tren que pasará hoy. — mencionó toqueteándose el bigote y con marcado disimulo observó a la chiquilla, que evidentemente estaba perdida.

— ¿El último? — soltó en un tartamudeo, para después hurgar en su bolso y buscar el teléfono celular que tenía conectado a los cascos.

De pies a cabeza la jovencita era muy vistosa, paseando con botas blancas que le llegaban por debajo de las rodillas, una falda plisada del mismo color le hacía juego a la blusa vaporosa que dejaba entre ver el top rosado que disimulaba sus pequeños senos y la larga cabellera rubia que se le ceñía al cuerpo como otra indumentaria estaba húmeda por el sudor.

Era atractiva, pero demasiado joven, al juzgar solo por su rostro y lo esbelto de su cuerpo, no debía tener más de 15 años. Conrado tragó saliva contemplando el nerviosismo plasmado en la cara de la desconocida, evidentemente estaba en problemas y él, como "el caballero" que su padre le instruyera a ser, debía sacarla de ese apuro, incluso si oponía resistencia.

— Disculpe... Señor yo... Soy una tonta, no me di cuenta de la hora — mencionó apretando el asa de su bolso — ¿Sabe dónde puedo tomar un taxi?

— ¿Taxi? — repitió lento tras ser arrancado de sus fantasías — ¿A dónde necesita ir exactamente? Pregunto porque he dejado el auto aparcado en el estacionamiento del supermercado aquí en frente, si acaso a donde va me queda de camino podría acercarla.

— Descuide — dijo intentando aplacar su inquietud — No necesito que me lleve, estaba pensando llamar a mi casa, mi papá de seguro pasará a buscarme enseguida. — habló encorvando un poco la espalda.

— ¿Y dejarla aquí sola?, no señorita, ¿acaso no sabe que aquí se han visto fantasmas? — no mentía del todo, ciertamente algo parecido había escuchado.

— ¿Fantasmas? — Volteó a ver al hombre, algo incrédula.

— No hace mucho una joven salto a las vías, quizás lo haya visto en las noticias, se dice que tras quedar aplastada bajo las ruedas y que su cuerpo haya sido desmembrado, el alma en pena de esa pobre desdichada vaga por el andén número 8 ¿no lo escucho antes? — relató en una voz gangosa que dio un matiz sombrío a sus palabras alcanzando su cometido, pues la chica se acababa de acercar a él y abrazándose miro el oscuro andén con marcado temor.

Relatos de Amor y OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora