Era tan absurdo que atrapada en un rincón de la biblioteca central de la ciudad, mientras tiritaba y me apretaba contra el suelo bajo el escritorio donde me escondía, la idea de morir ridículamente como un personaje secundario de alguna película barata de terror, era cuanto podía digerir en ese momento crucial y atemporal en que mi vida pendía de un hilo.
Y es que yo, Simona Duarte tenía todas las de perder si me acoplaba a ese esquema, pues era solo la amiga a la que su grupito de ñoños invitaba a salir cuando había de por medio tarea que presentar en la universidad.
No había sido nunca la agraciada por la que los muchachos se entusiasmaban, tampoco la sobresaliente estudiante de notas altas, solo era la mulata de risos despeinados a la que llamaban por su reconocida sed de responsabilidad.
Suspiré sin hacer ruido, modulando mi respiración, un alivio vano brotó de ese pensamiento, pues si reflexionaba en ello, siempre se cargaban primero a los negros en esas películas de adolescentes cachondos y asesinos brutales.
Y yo soy negra; sin embargo, parecía que tal vez podría ser la última desdichada en sufrir un percance mientras estaba guarecida cobardemente en ese lugar.
Horas atrás Daniela y su novio Silvano me invitaron a tomar un café, cita que acabo en la biblioteca con la excusa de adelantar la tarea de Psicología que la estricta licenciada había dejado esta semana.
Ya estaba cayendo la noche y me ponía de nervios el mal parido del novio de mi amiga, quizás estuviera resentida debido a que desde que comenzaron a salir, no había vuelto a juntarme con Daniela excepto en las clases, con los días notaba que ella se comportaba algo diferente. Pero pensando en ello, eso sería lo esperado al estar en pareja.
Sonreí un poco maliciosa al recordar que cuando aquel extraño pateara la puerta de la entrada delantera del edificio a punta de rifle, fuera al inútil de Silvano a quien atinara al disparar a mansalva contra la humanidad de quien estuviera cerca, para ser honesta comprendí que él me exasperaba con su doble moral y aires de señorón empedernido, y ahora tal vez fuera la primera víctima en este fatídico día.
De inmediato tomé a Daniela que atosigada con todo lo que ocurrió no reaccionó de inmediato haciéndome difícil la huida, nos escondimos detrás de un librero al fondo, ella comenzó a sollozar en lo que yo tomaba mi celular y marcaba a mi casa. La línea estaba tan muerta como Silvano, o eso pensé entonces.
Alarmada, agarré el teléfono de Daniela, que apabullada en su pérdida no se daba cuenta de lo que hacía, o del peligro en el que estábamos varadas, marqué a su casa obteniendo el mismo resultado, algo pasaba con la línea y el internet se acababa de caer en el edificio.
Un estruendo se escuchó del ala contraria a donde estábamos, aparentemente ese lunático tomó la decisión de cazar personas como liebres de campo, fue entonces que otro sonido se oyó cerca, alguien hacía ruido en los alrededores.
No era el sonido atronador de una bala al ser percutida, asemejaba al arrastre de un objeto pesado contra las baldosas del suelo, se me ocurrió que movían los escritorios del área de lectura, de seguro en un acto vandálico o terrorista que no entendí.
De repente Daniela se estremeció y me dedicó una mirada bovina con los labios torcidos en una mueca frustrada.
— Tengo que buscarlo – balbuceó con torpeza, intenté fingir que no la había entendido, pero su mirada insistente me lo impedía.
— ¿Estás demente? Van a matarte si sales – escupí enfadada, de fondo nos llegó el grito desgarrador de una mujer.
— No me verán, seré silenciosa, llegaré hasta donde Silvano cayó – añadió reluctante, pero el castañeteo de sus dientes la delataba, tenía miedo, tanto o aún más que yo y no entendía por qué artificio misterioso estaba dispuesta a arriesgar su pellejo para llegar hasta donde estaba ese alfeñique.
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Relatos de Amor y Odio
KorkuAntología de cuentos macabros. Desde parejas imposibles, sectas demoniacas, rarezas truculentas, brujería, crímenes, amistades llamativas y mucha genialidad.