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(Cuatro años después...)

Como cada mañana, me disponía a colocarme el uniforme después de una refrescante ducha. Por fin habíamos llegado al cuartel central en el Pentágono, porque mi tropa y yo habíamos estado en una misión en Siria. Frente al espejo, totalmente desnudo, miré la gran cicatriz de mi estómago y arrugué la nariz. Repasé con la punta de mis dedos el contorno de la marca mirándola a través del espejo una vez más.

Decidí dejar de mirarla con un suspiro, poniéndome el uniforme informal. Pantalones de camuflaje con una camiseta de tirantes blanca. Coloqué la insignia que denotaba que yo era Sargento primero en mi camiseta a la altura de uno de los tirantes. Colgué mis chapas en el cuello y abroché con fuerza mis botas militares por encima de los pantalones.

Salí al comedor para desayunar, y por el camino algunos soldados rasos que estaban aprendiendo a formar me saludaban con firmeza, dos dedos en la frente y un "Buenos días".

Aquel día era especial, porque se presentaban los nuevos cadetes y estaba emocionado por verlos, aunque en mi cara nunca dejaba rastro de ninguna emoción mía. Había escuchado por ahí que yo era "Sargento de hielo" o algo así, lo que me hacía gracia.

Desde que salí de mi casa, de mi infierno, me agarré al ejército como una salvación. El ejército me dio lo que no me daba mi propio padre, tranquilidad, comida, una cama digna, ropa y recompensas en su debido tiempo. Mi cerebro parecía olvidar todo lo pasado, y solo me centré en mi supervivencia. Dejé de ser un saco de huesos a causa del hambre que pasaba constantemente para dar paso al cuerpo que tengo ahora, algo musculoso y sano.

Después del desayuno subí a mi habitación para colocarme la chaqueta del uniforme, de camuflaje también, colocando mis insignias en el pecho. Cerré la chaqueta y con un vistazo rápido al espejo, salí a la pista donde formábamos cada mañana, este año había pedido un descanso de misiones y me iba a dedicar a reclutar a cadetes. Cuando avisé, dieron el toque de campana, lo que hizo a todo el mundo acudir y formar de la manera más ordenada posible. Estudié con la mirada a todos los chicos y chicas que formaban delante de mí en una fila continua. Al menos 40 chicos iban a ser reclutados por mí. Examiné el aspecto de cada uno cuando pasé por delante, pero entonces algo me llamó la atención, una chica se había unido a la fila algo apresurada, había llegado tarde.

Caminé hacia la posición de la chica, viéndose totalmente nerviosa por mi presencia. Dirigí mi helada mirada a la de ella tensando la mandíbula un poco.

-Su nombre, soldado.- Dije firmemente sin apartar la mirada de sus ojos.

-Samantha. Samantha Rivera.- La chica tuvo que carraspear, pues la voz casi no le salía.

-Es usted consciente de que es el primer día y ha llegado tarde, ¿cierto?

-Sí.

-¡¿Sí qué?!- La chica me miró confundida sin saber qué debía decir hasta que parece que recordó.

-¡Sí, señor!

-Vas a ir a la parte donde da el sol en la pista y vas a empezar a correr rodeando toda ella, sin parar. Si paras, será peor. ¡Vamos!

La chica sin pensarlo dos veces, salió corriendo del sitio, y yo sabía que no iba a aguantar mucho, porque llevaba un ritmo rápido y en las carreras de resistencia, la rapidez no importaba, importaba la regulación de energía. Mientras escuchaba las botas de aquella chica resonar por toda la pista miré a los demás que también estaban algo asustados por si yo detectaba algo en ellos que me hiciera enfadar.

-Soy el sargento Félix. Cuando se crucen conmigo por los pasillos, me tienen que saludar con respeto. Tienen que dirigirse a mí como "sargento" o "señor". Nunca por mi nombre, ¡¿entendido?!

Ejercito ( Riverduccion)( En Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora