Capítulo 4

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Las últimas noches apenas dormí. Como consecuencia de ello, cargo unas horrorosas ojeras en el rostro. Incluso mi compañera de trabajo, Miranda, se ha acercado en más de una ocasión a preguntarme si me encuentro bien. 

He estado a la expectativa del siguiente mensaje, el siguiente movimiento. La persona en cuestión, no me dejó alternativas, quedé a su merced. 

Con temor marqué el número más de una vez, solo para encontrarme con una línea sin señal del otro lado. Su ausencia más que tranquilizarme intensifica mi preocupación.  

Una parte de mí quisiera admitir que se siente mal por lo que hice, por deshacerme de mis pecados en el vertedero. Sin embargo, refugiarme en esa posibilidad no me convertiría en más que un farsante ocultándose tras una máscara de conmiseración; un leve rastro de culpa ante las palabras dolorosas de su familia en la prensa. 

Pero, en vez de sentir culpa por mis propios actos, la verdadera angustia emerge ante este imprevisto. El ominoso temor de estar en la mira de otra persona.

Quizá el sudor que recorre todo mi cuerpo es el recuerdo de esos años. El principal motivo de por qué abandoné las clases de latín. 

Durante mucho tiempo nadie había puesto sus ojos en mí, e ingenuamente, me sentí halagado cuando por primera vez recibí atención de uno de mis compañeros de escuela. Era un poco tímido, pero agradable. Compartíamos las clases de latín y sentí cierta lástima y empatía al ver que no tenía amigos. Era algo que teníamos en común. 

Fui amable, y bastó ese acercamiento para que siempre estuviera esperándome. Atento a dónde iría, qué haría y con quién estaba. 

Gocé de su proximidad, porque no estaba acostumbrado a que alguien me idolatrara. Torpeza e inutilidad, eran las palabras que me perseguían incluso en ese entonces. La idea de que alguien pudiera tener un mejor concepto de mí era hasta cierto punto apasionante. 

No obstante, me sentía más atraído por seguir los pasos de Viktor. Por debatirle a las personas que se atrevían a insultarlo, criticando hasta el más mínimo detalle de sus presentaciones. Sí. Yo prefería estar del otro lado. Del que se dedicaba a observar y tomar nota mental de todo lo que podía desprenderse de cada publicación, anuncio, entrevista. 

Así que, aunque se sentía bien que alguien me considerara digno de admiración, yo era feliz con tener ese espacio; ese momento del día en que solo éramos Viktor y yo en un enorme mundo virtual. 

Claramente, Vik no sabía que formaba parte de ello, pero para mí era y es mi abstracción; el regalo ante la pérdida de mi madre. 

Tal vez de eso se trata. Lo que despertó esos mensajes en mí no es solamente la persecución de que existen testigos de esa noche, sino la sensación de volver a vivir lo mismo. De que otra vez alguien esté encima mío, como ese muchacho en mi adolescencia. 

Los pasos pausados, pero imponentes me abstraen de mis preocupaciones. Un segundo. Solo un segundo. Porque todo cambia en cuanto advierto que se trata de la policía, ahí mi mente y corazón quedan inmersos en el vacío. 

—¿Es... la p-policía? —pregunto, más por la consternación que por otra cosa. 

Miranda también se queda petrificada. Si supiera que tiene al asesino del hombre a un lado, seguramente le bajaría el perfil a los problemas que pueda tener con ellos. 

Se acabó. Me descubrieron. Esto fue todo. 

Tal vez esa persona quería jugar conmigo. Hacer que pierda la cabeza durante unos días, darme un rayo de esperanza de que podría salir con las manos limpias de todo esto, para luego brindar su ataque final, dejándome en la completa miseria. 

Epifanía de una obra mal terminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora