Capítulo 12

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Me siento aliviado y traicionado a partes iguales. Por un lado, saber que nada se ha roto entre nosotros es un regalo; uno del que no creí ser merecedor cuando advertí el recelo en su mirada. Pero, no niego que también hay algo que no me termina de cerrar en todo esto. He estado tan emocionado por conectar con él, por la incipiente atracción que ha surgido entre nosotros, que no me he detenido a pensar en que en esa rapidez se nos está olvidando lo más importante; confiar en el otro.

—¿Nos sentamos? —Hace una seña hacia la cama para que estemos más cómodos. 

Asiento con la cabeza. Confundido, al procesar todo lo que implica su confesión. 

—¿Tobias y Cordelia lo saben? —pregunto antes que cualquier cosa. 

Tal vez porque es lo que más me duele. 

Y lo peor de todo es que deben saberlo. Seguramente, ellos vinieron a ayudarlo. Por eso han estado investigando por su cuenta. 

Viktor confirma lo que me temía. Y nuevamente siento esa punzada; el dolor de quedar ajeno a esos detalles que normalmente las parejas se contarían. El problema es que no somos nada. Un regaño parecería un capricho, y sin embargo, estoy a nada de hacerlo. Los sentimientos entran en conflicto, entre lo que quiero y lo que debo decir. 

—No es que confíe más en ellos que en ti. Es que a ellos los conozco de antes, y el acoso empezó durante nuestro viaje a Roma. 

A veces es como si leyera mi mente. Tal vez no soy demasiado bueno ocultando mis sentimientos. 

Me preocupa considerando todas las mentiras que le he lanzado. 

—Entiendo. —La voz me sale algo rasposa y un tono más agudo de lo normal. 

Siento como si estuviera a nada de ponerme a llorar. 

—No lo parece... —musita—. No creo que me entiendas. Deja que te cuente todo —pide, como si realmente estuviera preocupado de que le creyera. De demostrar que la falta de comunicación no se debe a la desconfianza. 

Inhalo y exhalo profundamente, buscando calmarme y no sacar conclusiones apresuradas. No tendría por qué juzgarlo. Yo le he mentido una infinidad de veces. 

—Te escucho. —Le sostengo la mirada.

—Bien... ¿Recuerdas la historia que te conté del fan que me compró el meet and greet? —pregunta. Y asiento con la cabeza, sin reprimir la mueca de disgusto ante un hecho tan desagradable—. Pues... eso ya fue lo suficientemente perturbador y aun así se queda corto ante lo que he vivido con este tipo...  Sé que por mi fama debo lidiar con cosas que la gente normal no... Y es por ello que suelo aceptarlo, incluso normalizarlo, pero el límite siempre ha sido que dañen a los que quiero. —Se le escucha más determinado que nunca, como si le importara más mantener a salvo a los que quiere que resguardar su propia seguridad—. Este hombre me tiene amenazado con matar a mi familia. Y... con la cantidad habitual de mensajes que recibo, podría haber creído que se trataba de una amenaza más, pero es real. Se jacta de haber estado involucrado en otros asesinatos, me mandó fotografías de los cuerpos... —agrega, y va en busca de mi mano para ser capaz de terminar de hablar. Le devuelvo las caricias dulces que permiten que recobre la calma—. T-también tenía fotografías de mis padres, de su día a día... Él sabe absolutamente todo de mí, es alguien que está completamente obsesionado con Viktor Flender —se menciona en tercera persona, como si el nombre que ostenta no fuera más que una fachada, como si no se reconociera en lo que transmite ante el público. 

El sentimiento que me alberga es indescriptible. Yo entiendo esa sensación, pero nunca le había dado demasiadas vueltas pese a imaginar que el acoso estaba a flor de piel. Era cosa de entrar a cualquiera de sus publicaciones a redes sociales y ya figuraban comentarios fuera de lugar. Suponía también, que si públicamente estos podían advertirse, por privado la cantidad debía ser mayor y más vulgar. Pero ese margen que separa al ídolo de la gente común hace que la situación pase algo desapercibida, o no se dimensione el daño que termina ocasionando. 

Epifanía de una obra mal terminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora