Capítulo 2. La Anunciación de Fra Angelico.

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Una vez las puertas del Prado cerraron Juanjo se quedó a solas con sus compañeros. La tarea era sencilla y siempre la misma: seguir vigilando las salas, que, sin los visitantes, se preocupaban sobre todo de las ventanas y puertas que podrían suponer una vía de acceso para cualquier intruso. Años atrás era un trabajo que requería de horas y horas de caminar arriba y abajo, pero en la actualidad, con las cámaras de seguridad y las diferentes alarmas era un momento de la jornada mucho más relajada. Tenían mucha más liberad para interactuar entre ellos y caminar por las zonas que quisieran, mientras estuvieran atentos y estuvieran medianamente repartidos.

"Bueno chaval, ¿cómo te ha ido la tarde?" preguntó uno de los veteranos con el que el maño se llevaba bien. Era tal vez el más paternalista de todos sus compañeros, pero a la vez, su sencillez siempre le había trasmitido plena confianza y frente a la soledad que le provocaba estar lejos de su familia, se había permitido adoptarlo como su figura paterna ahí.

"Pues como a ti, supongo ¿ya has revisado que no falta ninguna de las obras del Greco?" el mayor sonrió.

"Ojalá, un escándalo así haría este trabajo un poco más entretenido." Respondió, claramente aburrido.

"Antonio no digas eso, son patrimonio de la humanidad ¡además te despedirían!" el hombre puso su mano en el hombro de Juanjo mientras negaba con la cabeza.

"Me lo pones mucho mejor entonces, chico, aunque me alegra que te preocupes por mí." En aquel momento se encontraban en un pequeño descanso fuera antes de tener que volver adentro. El mayor, conociendo plenamente los vicios del maño, sin necesidad de preguntar le deslizó un cigarro entre los dedos mientras le encendía el mechero. "Cuando volvamos, si quieres me paseo yo por la planta cero, por cambiar un poco, como hacemos siempre."

"Pues hoy si no te importa Antonio, prefiero estar en la planta cero otra vez." El mayor le observó con sorpresa, precisamente era a Juanjo al que le gustaba variar cuando llegaba el turno de noche.

"¿Puedo preguntar a qué se debe esta preferencia hoy?" el maño dudó unos instantes en responder honestamente a su pregunta, pero al final, si no lo hablaba con él no lo iba a poder hablar con nadie hasta que no viera a Álvaro y Bea.

"Pues la cuestión es que hoy he conocido a un chico y hemos tenido una muy breve conversación. Por las pocas palabras que hemos intercambiado me ha parecido muy interesante y me ha dicho que vendrá bastante a menudo." El hombre le miraba con una expresión pícara mientras le daba pequeños codazos cómplices mientras sonreía. Porque sí, Antonio también era plenamente consciente de la sexualidad de Juanjo.

"¿Y eso tiene que ver con que quieras volver a las salas de esta tarde?" el menor suspiró y asintió.

"Antonio ¿qué sabes tú sobre La Anunciación de Fra Angelico?"

(...)

El maño se dirigió escaleras abajo hacia la sala dónde se encontraba la obra, que al igual que su compañero, realmente lo único que sabía de ella es que se ubicaba en la sala 056B.

Al llegar optó por sentarse justo donde se había sentado el vasco horas antes. Tal vez desde ahí le vendría mejor la inspiración. Y observó, observó durante unos largos minutos. Lo primero que le llamó la atención fueron los colores azules que predominan la parte derecha del cuadro. Aparte, Juanjo había estudiado religión y había hecho la catequesis, entonces podía hacerse a la idea de qué escena se estaba representando en aquella pintura y quiénes eran sus dos protagonistas. Se fijó también en el Espíritu Santo en dirección a la virgen a través del rayo que surgía en la parte izquierda de la obra. Sus ojos fueron a parar también en las dos figuras que se encontraban también en la parte izquierda, apuntando mentalmente que si volvía a ver al tal Martin que le explicara qué pintaban ahí esas dos personas en el momento de la anunciación.

Rincones en el PradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora