Epílogo. La Historia del Museo del Prado.

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"¿Ya lo tienes todo?"

Era treinta y uno de diciembre por la mañana y, en la casa de los Bona, Juanjo no paraba de recibir besos sonoros de despedida después de haber pasado las navidades en Magallón. Podría haber apurado un poco más en el pueblo, pero después de los primeros dos días de euforia por ver a su familia lo cierto es que el maño había empezado a echar mucho de menos a su novio, y es que lo peor de haberle pedido salir un veintitrés de diciembre fue que no pudo disfrutar ni un solo día de su reciente noviazgo con su amor, pues cada uno tuvo que volver a sus casas en las fechas tan señaladas que eran.

"Lo tengo todo, mamá." Respondió con la maleta en una mano y las llaves del coche en la otra.

"Nieves, si en unos días lo vuelves a ver." Dijo el padre al ver que su mujer no soltaba a su hijo.

"Literalmente bajamos a Madrid en cuatro días." Aclaró Javier y un poco avergonzada deshizo el abrazo dejando que Juanjo fuera libre de marcharse. Juanjo sonrió dándole un último beso en la frente.

"Os quiero mucho, nos vemos para reyes."

Cada vez le costaba menos despedirse a pesar de que la sensación no dejaba de ser agridulce, porque sabía que a pesar de la distancia y el tiempo cuando volvía a casa todo seguía intacto. El amor de su familia por él y él por su familia era absolutamente incondicional. También lo era el sentimiento de pertenencia a la tierra que lo vio crecer, un sentimiento que prevé que será igual de eterno de que él, vaya a donde vaya y viva donde viva, no podría nacer en otro lugar que no fuera en aquel pequeño pueblo de Aragón. A lo lejos, aquella montaña que tanto amaba observar desde la habitación de sus padres tampoco marcharía nunca de allí, de hecho, el Moncayo le sobrevivirá a él y a todas las generaciones que vengan después, convirtiendo ese pequeño lugar del mundo en un hogar que siempre existirá. Y Magallón siempre le volverá a acoger como su hijo pródigo.

Despedirse del manto blanco que por tanto tiempo había sido lo único que le inspiraba había sido más sencillo esta vez, porque ahora en su vida había encontrado otra musa que le hacía sentir la viveza que tiempo atrás solo se la había dado la ligereza del cierzo rozando su piel. Y no podía esperar a reunirse de nuevo con él.

María Urrutia:

"Avísame cuando salgas de tu casa, así cálculo el tiempo."

"Dile que no puedes hablar mucho con él hoy, que sino no va a acceder a salir conmigo esperando a que le llames."

Juanjo:

"Ya cojo el coche, me he entretenido un poco. Llegaré sobre las siete."

"Ahora le escribo."

María Urrutia:

"Menos mal que vienes, ya no lo aguanto mirando el calendario melancólicamente viendo los días que le faltaban para volver a Madrid."

Juanjo:

"No me digas eso que con el coche voy volando y me planto ahí en una hora en vez de cuatro."

María Urrutia:

"Me pregunto si seré igual cuando tenga pareja o esta intensidad es solo cosa vuestra."

Las horas en carretera que separaban a Magallón de Getxo se hicieron pesadas, mucho más de lo que esperaba. No era la primera vez que conducía por tanto tiempo y tal vez por eso se vio capaz de aguantar aquellas casi cuatro horas de camino, pero no, se le hizo más insoportable de lo que esperaba.

El hecho de pasar año nuevo en Getxo lo empezó a planear desde el día de San Esteban y lo cierto es que no le fue difícil contar con la complicidad de sus suegros y de su cuñada. Los posteriores cinco días que transcurrieron desde ese veintiséis de diciembre hasta el treinta y uno pasaron con una relativa velocidad, porque en el fondo también estaba disfrutando de sus vacaciones familiares y de una reconexión con su entorno. Pero una vez subido en aquel coche en completa soledad, aquellas cuatro horas se hicieron mucho más largas que esos cinco días. El tiempo era cuanto menos caprichoso.

Rincones en el PradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora