Capítulo Final. El Baile de San Antonio de la Florida de Francisco de Goya.

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23 de diciembre de 2023.

Madrid llevaba semanas viéndose más mágica, con la llegada del mes de diciembre las calles se vistieron de luz augurando la venida de la Navidad. Es una época en la que la sensibilidad se siente de manera más intensa, te hace darte cuenta de cómo de veloz es el tiempo al descubrirte a ti mismo un año más en la casa de tu abuela con el mismo cocido de todas las navidades con la excepción de que tú estás más mayor y ella está más vieja.

Son fechas en el que el ambiente está más iluminado y cargado de generosidad, y sin olvidar de mencionar la inocencia que desprenden los ojos brillantes de los más pequeños que esperan con ilusión un día que para muchos es melancólico y nostálgico. Primera navidad con un nuevo integrante en la familia, primera navidad en la que alguien falta, unos tanto y otros tan poco. Algo aparece en el aire que en Navidad todo se siente diferente.

Los veintitrés de diciembre son días raros, como de entre medias. Para los niños, muchos años el veintitrés ya es su primer día de vacaciones hasta pasado reyes, y para los padres, un dolor de cabeza porque al día siguiente es nochebuena y tiene que estar todo listo. Las calles están llenas con cientos de personas moviéndose en todas las direcciones, Madrid, y cualquier ciudad, se convierte en un completo caos.

Juanjo aquel veintitrés de diciembre ni siquiera se percató del bullicio en su camino al Prado.

No trabajaba aquel día, había conseguido que le dieran aquel sábado y el anterior, cuando fue a ver a Martin, a base de favores y horas que le debían. Pero lo cierto era que desde que había reducido su jornada, aunque seguía yendo todos los días, sentía que ya casi no pasaba tiempo en el Prado. Había pasado de ser lo único que tenía a ser solo una pequeña parte de su vida ahora. Ya no sentía que el museo le ahogaba o le encerraba como antes, y gracias a Martin consiguió reconciliarse con unas paredes que gradualmente también formaron a ser una de sus diversas fuentes de inspiración.

Por eso ese día sintió la necesidad de visitar el Prado. Fue el lugar que le acogió cuando decidió dejarlo todo, pero sobre todo fue gracias al arte que decoran los pasillos que su vida cambió radicalmente. Todas aquellas pinturas, esculturas, dibujos y tesoros atrajeron a Martin con un magnetismo como si un hilo hubiera tirado de él y se lo hubiera colocado justo delante para que pudiera envolverlo con sus brazos y le ayudara a salir del vórtice de monotonía en el que estaba. Había llegado como una musa y le había devuelto la razón de porque estaba haciendo todo aquello.

Ahora se sentía nostálgico y culpable al notar que le quedaba poco para dejar todo aquello atrás. Antonio ya lo había asumido, y Juanjo, que era el que debería estar más emocionado, lo estaba gestionando con más dificultad. Sin tener una completa seguridad por el momento de que su música le permitiera vivir de ella se sentía como si su paso por el Prado fuera un reloj de arena y ya se empezaran a caer las últimas partículas. Nunca pensó que le costaría tanto, pero se le hacía duro pensar en no ver a Antonio todos los días, o incluso se le hacía extraña la sensación de no volver a pasar a todas horas por delante de las aclamadas obras de Rubens que él había llegado a aburrir. Le había cogido más cariño al museo de lo que estaba dispuesto a admitir.

Era tan solo una gala benéfica, ni siquiera tenía razones para sentirse tan abrumado por los recuerdos y una nostalgia de una etapa que aún no había cerrado. Tal vez era culpa de la inminente Navidad, que en los próximos días le devolvería a casa para darse cuenta de todo lo que habrá cambiado allí también. La última vez que vio a sus padres o visitó su pueblo fue en un viaje exprés en sus pequeñas vacaciones de verano en Agosto. Para entonces ya había ido y vuelto varias veces desde que comenzó a vivir en Madrid y se dio cuenta de lo progresivamente sencillo que se le hacía volver a la capital después. Lo pensó cuando vio la ilusión de Martin con sus padres, y es que él a los suyos también los echaba de menos, pero por cada ocasión en la que volvía notaba que muchas veces lo que más echaba de menos eran los recuerdos. Porque no es lo mismo ser un niño que un adulto en cuanto a oportunidades, y la madurez había causado estragos. Igualmente siempre lo consideraría su lugar en el mundo, su refugio.

Rincones en el PradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora