El secreto mejor guardado

Cautivo de la Luna: La Huida y la Promesa

Las estrellas brillaban, la luna tenía un bonito resplandor; una noche hermosa para pasar, pero no era así. En un bosque lejano, un hombre corría y corría, pasando entre los arbustos, su ropa rasgada por las ramas de los árboles con los que se topaba. Estaba sucio, lleno de sangre; ya se había tropezado varias veces, pero se había levantado, ya que una cosa tenía en mente: correr, correr lejos de ese bastardo.

No podía más, sus piernas ya no daban, sentía que se desmayaba mientras corría. La luz de la luna hacía su gracia, brillaba con tanta intensidad, revelando una hermosa figura esbelta; cabello blanco como la nieve con puntas azules, piel de porcelana cubierta de arañazos rojos por su cara, pero esto no le importaba al hombre, ya que él quería escapar, salir de la zona de peligro, encontrar a alguien que lo ayudara.

Para su mala suerte, su secuestrador estaba cerca. Lanzó su poder para detenerlo, pero el hombre lo impidió con sus últimas energías. Aun pelearía, no volvería a ese horrible lugar, jamás, antes muerto. Así siguió corriendo, recordando cómo no hace mucho era libre, tenía a alguien que lo quería; era un omega dominante, había encontrado un alfa que lo amaba, o eso era lo que pensaba.

Pero la vida es otra cosa. Se estableció con ese alfa hasta estaba esperando un cachorro. Todo iba bien hasta que se apareció alguien que arruinaría esa felicidad. Este sujeto era un alfa que también lo quería, pero él lo quería por su beneficio, ya que poseía poderes curativos de gran escala. El alfa mandó a sus hombres a secuestrarlo. El pensó que su actual pareja lo salvaría, pero no fue así.

Luego de ver a quién se enfrentaba, él se marchó, dejando al omega solo en la pelea. No pudo con todos; lograron capturarlo. Así se lo llevaron a la residencia de aquel alfa que lo quería. Este alfa estaba contento; por fin tenía lo que quería. Ahora el omega era todo suyo. Solo había una cosa más: esa horrible criatura que crecía dentro de su omega. Él no lo quería; no quería ese cachorro. Lo mataría. Eso haría.

Se acercó al omega agarrándolo por el cuello, cerca de su oído susurró, "ahora eres mi omega. Este estúpido cachorro tiene que desaparecer". Luego de decir esas palabras, lamió su oreja. El omega trató de liberarse de aquel agarre; fue difícil, pero lo logró tocando la parte de su estómago con su palma, dijo, "no permitiré que le hagas daño a mi cachorro. Si lo matas, yo moriré con él".

Después de decir esas palabras, el alfa usó su poder para arrojarlo lejos. El omega se estrelló con la pared, destruyéndola por completo. Los escombros caían sobre él, pero lo importante era que comprobó el estado de su bebé. Estaba bien, estaba a salvo. El alfa vio esto y se le ocurrió una idea. Esperaría a que el cachorro naciera y lo tomaría como chantaje para que el omega obedeciera sus órdenes.

Y así fue. Esperó. Llegó el día del nacimiento. El alfa vio al cachorro, un pequeño niño de ojos azul mar, cabello blanco. Era horrible. El cachorro tenía el aroma de su padre biológico, pero de todas formas, ese niño serviría de chantaje. Lo que no tenía previsto es que la madre tomaría sus fuerzas y lucharía para salvar a su hijo. Dirigiéndose hacia el alfa, lo atacó.

No era rival, pero daría su vida por su cachorro. El alfa, al ver esto, ordenó a uno de sus hombres que se llevara lejos al niño. Él se encargaría de educar al omega para que fuera sumiso ante sus órdenes. Atacó; el omega se defendió. El alfa lanzó su poder dañando al omega. Una gran cicatriz se formó en su mano, pues al intentar bloquearlo con sus escudos, estos se rompieron, y el poder del alfa lo alcanzó, dañando su mano.

Pero eso no lo detendría. Siguió luchando, usando su poder. Creó un monstruo para que aniquilara al alfa, pero no fue suficiente. El poder del omega no podía más. Se estaba agotando. Ya estaba débil por el nacimiento de su hijo más las heridas anteriores. El alfa vio esto y, usando su poder, logró colocar de rodillas al omega. Ya teniéndolo en esa posición, tomó su cara con una mano, miró su bello rostro y dijo, "ahora eres mío y de nadie más", besando al omega a la fuerza.