|𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 005| ᵗʰᵉ ᵖᵒᵗⁱᵒⁿˢ ᵖʳᵒᶠᵉˢˢᵒʳ

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Daella se despertó al día siguiente para ver que ni Hermione, ni las otras dos niñas con las que compartía habitación estaban ahí.

Daella se levantó de la cama y se dirigió al lavabo para darse una ducha rápida. A los cinco minutos salió y se dirigio a ponerse su uniforme y hacerse un recogido en el pelo lo mas rapido posible, para después coger su mochila y salir de la habitación. Se dirigió al Gran Comedor y cogió una manzana para después salir de ahí, necesitaría su tiempo para encontrar su camino a clase.

En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar donde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitandose unos a otros, y las armaduras podían andar y moverse.

Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta de que intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors, pero Peeves el poltergeist se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ!

Daella una de esas veces, que se dirigían todos los Gryffindor de primer años a clases, se cansó y cuando Peeves le tiro una tiza a Neville, la cogió al vuelo, lo que sorprendió a sus compañeros y empezó a amenazar a Peeves.

— Te juro Peeves que la siguiente vez que nos molestes, no me importara que seas un fantasma; me encargaré de meterte la tiza por la nariz.— Peeves se quedó quieto ante eso.— Quedas advertido.

Y para suerte y alegría de todos, Peeves se fue murmurando y enfadado y se deslizó por una de las paredes. Los demás felicitaron y agradecieron a Daella y siguieron el rumbo a clases, riéndose de lo que había pasado.

Pero aún pero que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch.

Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringia una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullia para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. La gata parecía tener un odio enorme hacia Daella; cada vez que pasaba cerca de ella, se le bufaba y empezaba a gruñirle sin sentido alguno. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los Gemelos Weasley), y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos era darle una buena patada a la Señora Norris.

Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases; que eran más difíciles de lo que Daella creía.

Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbologia, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para que debían utilizarlas.

Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monotonamente, mientras escribía nombres y fechas.

𝐃𝐀𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍 𝐘 𝐋𝐀 𝐏𝐈𝐄𝐃𝐑𝐀 𝐅𝐈𝐋𝐎𝐒𝐎𝐅𝐀𝐋 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora