05 - Las flores rojas-

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ALFONSO

Hacerle el amor a Any era lo más fácil del mundo, porque la quería con todo lo que era y siempre sería.
Pero hacerle daño solo para encontrar yo el placer fue una auténtica tortura.
Lo había querido con muchísimas ganas. Estaba prohibido, y eso lo hacía mucho más atrayente. Pero cuando la penetré por allí por primera vez y escuché cómo contenía la respiración con fuerza y cómo se tensaba... bueno, había esperado que le doliera al principio, pero obviamente no había estado completamente preparado para lo mucho que le dolería, y no podía hacerle esto a ella. Había tenido toda la intención de dar marcha atrás, pero entonces ella prácticamente me suplicó que continuara. Fue una súplica para que la dejara tener este momento, esta primera vez conmigo, mi primera vez, aunque ella no estuviera recibiendo más que dolor a cambio.

Eso cerró el acuerdo y me hizo continuar pese a mis reservas.
Le habría dado cualquier cosa que me pidiera. Le habría bajado la luna del cielo nocturno y se la habría puesto a sus delicados pies, le habría guardado el universo entero en una pequeña pelotita y se la habría colocado sobre sus diminutas manos. Lo que quisiera. Porque se merecía todo eso y más, y me sacrificaría toda la pu*ta vida para asegurarme de que lo tuviera todo.

Pero nunca sería capaz de compensarla por tratarla como una pu*ta; por tratarla como si no fuera nada más que un trozo de carne que solo estaba allí para satisfacer mis antojos de co*ño; por tratarla como si no fuera nada más que otro juguete que había comprado, una propiedad. Por robarle la inocencia. ¿Cómo íbamos a funcionar siquiera cuando nuestra relación había nacido, para empezar, de las pu*tas entrañas de muchas intenciones impuras?

Tenía que tener fe en que sí lo haríamos, porque si lo que teníamos estaba mal, entonces no quería estar bien. Sí, una frase muy cursi, pero las palabras llevaban una verdad innegable. ¿Ves? Me estaba volviendo un auténtico calzonazos, un bragazas integral.
Déjame que lo demuestre...
Durante el acto sexual, fui un pu*to manojo de nervios. Mi cuerpo se sacudió tanto por miedo de hacerle daño a Any como por tener que contenerme para no abrirme paso en su interior de golpe. Así de bien me había sentido. No es que su co*ño no fuera igual de bueno, sino que la experiencia de bailar con ella ese baile prohibido era lo que me había puesto cachondísimo. Solo se comparte algo así con alguien en quien confías, alguien con quien planeas pasar el resto de tu pu*ta vida juntos, alguien con quien tienes un vínculo sagrado.

Lo que me encontré cuando descubrí a Julie y a David no había sido nada ni remotamente parecido a la intimidad del momento que Any y yo acabábamos de experimentar juntos. Lo que ellos hicieron no fue más que dos pu*teros fo*llando simplemente por fo*llar, por pegarme una puñalada y dejarme desangrándome en el suelo. Podrían quedarse buscando durante el resto de sus patéticas vidas y nunca se acercarían siquiera a encontrar lo que yo tenía con mi Any.
Mi Any.
Lo necesitábamos, ese nivel de intimidad, antes de la separación. Y aunque sabía que necesitaba permanecer fuerte por ella, me estaba matando por dentro saber que no estaría allí cuando volviera a casa por las noches, que no estaría tumbada a mi lado, desnuda, en la cama cada noche, que no vería esa mirada en sus ojos cada día. Esa mirada que decía más de lo que miles de palabras podrían decir nunca.

Esa mirada que decía que yo era su mundo, al igual que ella era el mío. Los labios eran capaces de decir cualquier cosa, pero los ojos nunca mentían. Y lo que vi en ellos reflejaba lo que yo sentía en cada fibra de mi ser. Me quería. Me quería de verdad. No a mi dinero ni a mi estatus. A mí. Y pasara lo que pasase, iba a lograr que funcionásemos. De alguna manera.

Anahí movió su cu*lo contra mí y me recordó que mi po*lla todavía seguía dentro de ella, flácida pero excitándose cada vez más cuanto más tiempo permaneciera allí, y como siguiera moviéndose así, iba a ponérseme más y más difícil poder retirarme de su interior. Aunque me hubiera encantado tener otra ronda, sabía que ya iba a estar dolorida y no quería aprovecharme de su necesidad de darme incluso más de ella misma. Su presencia en mi vida era suficiente y ya era hora de que le diera yo algo a cambio a ella, para variar.

Un millón de placeres culpables |Anahi y Alfonso| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora