07 -¿Que me dices?-

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ALFONSO

Habían pasado casi dos semanas desde la última vez que la vi. Dos larguísimas e insoportables semanas desde que llevé a Any de regreso a Hillsboro. Como poco, me mostraba irritable. La ausencia de la mujer a la que se ama lograba eso en un hombre.

No obstante, había hablado con ella todos los días. La normalidad había vuelto más o menos a su casa. Su madre se levantaba y andaba y parecía estar muy bien, y su padre había vuelto a la fábrica, una noticia bastante buena. Hasta yo tenía que admitir que Enrique se merecía el descanso. Y, según Any, ya no se mostraba tan gruñón, pero seguía odiando tener que dejar a su esposa. Aunque era por razones completamente distintas, yo entendía cómo se sentía el hombre; yo mismo odiaba no estar junto a Any.

Como si la primera semana sin ella no hubiera sido lo suficientemente mala, me convocaron de fuera de la ciudad por negocios y tuve que perderme nuestro fin de semana juntos. Habría mandado a tomar por cu*lo el pu*to viaje de los cojones y habría ido hasta ella igualmente, pero se acercaba una reunión con los miembros de la junta directiva y ya me había perdido demasiado trabajo. Aquello no pintaba nada bien para mí, especialmente si teníamos en consideración lo pegado que tenía a David Stone al cogote.

Había estado comportándose de un modo incluso más arrogante que de costumbre, si eso era posible siquiera, y yo ya empezaba a sospechar. Era como si supiera algo de mí. Algo gordo. Lo achaqué a la amenaza que me había soltado de acusarme a los miembros de la junta directiva por el pequeño rifirrafe que tuvimos la mañana de después del baile de gala del Loto Escarlata. No me preocupaba. La junta directiva sentía un enorme respeto por mis padres, respeto que pasaba por defecto hacia mí. Era más que probable que dijeran que al fin y al cabo se lo merecía.

Se me había pasado por la cabeza la idea de ir y venderle mi mitad de la compañía al hijo de perra para así poder mudarme más cerca de Any, pero no podía hacerles eso a mis padres. El Loto Escarlata había sido su sueño, y aunque sabía que mi felicidad habría significado más para ellos, no podía ser tan egoísta.

Sí, lo sé; así de repente me había convertido en un santo. Pero desde que le confesé mis sentimientos a Any, quería ser el hombre que ella merecía, un hombre igual de altruista que ella.
Any era muy comprensiva e insistía en que me fuera a ese viaje e hiciera mi trabajo, pero yo sabía que era todo una fachada, una que se ponía porque sabía que era algo que yo debía hacer. Aun así, la alegría con la que tapaba su desgarradora voz resquebrajada me sonaba más a que Polly iba a morir muy pronto, prueba de que nuestra dura separación la afectaba igual que me afectaba a mí. Era una tortura. Una tortura total y absoluta. Pero la expectación de lo increíble que sería cuando por fin estuviéramos juntos de nuevo fue suficiente para hacer que ambos siguiéramos adelante.

Había intentado mantenerme ocupado con el trabajo para evitar pensar en el hecho de que Any no estaba, pero tampoco me funcionó mucho. Debía admitir que me estaba comportando un poco borde con los empleados, Mason, Polly y Samuel incluidos.
Polly me devolvía los comentarios, una idea no muy buena a decir verdad, pero la respetaba por ello. No estaba dispuesta a soportar mis estupideces cuando sabía que no había ningún motivo que las respaldara.
Le concedí una prórroga porque sabía que ella echaba de menos a Any tanto como yo. Su amiga se había ido, y no tenía muchas. Ser tan molesta y chulesca limitaba bastante el número de gente dispuesta a soportarla. Además, se podía decir que obligué a Mason a venir conmigo en ese viaje de negocios. La mujer me odió mucho por aquello, pero ya se le había pasado el cabreo. Creo.

Dos días más.
Quedaban dos días insoportables y horribles para que llegara el fin de semana, cuando volvería a verla de nuevo. A estrecharla entre mis brazos, a saborear sus deliciosos labios, a sentir el tacto de su piel suave. Con eso tendría suficiente para seguir funcionando por lo menos unas pocas horas más.
Sí, era un ca*brón optimista.
Terminé de revisar los informes que Mason me había preparado con respecto a los nuevos clientes que conseguí que firmaran con nosotros pese a tener la cabeza en otra parte, y recogí las cosas para el día de hoy.
Mason entró en mi oficina con la agenda para la reunión.
—¿Te vas, jefe?
—Sí, ya es suficiente por hoy. Por cierto, buen trabajo con los informes. Están genial.
Mason echó la cabeza hacia atrás y abrió los ojos como platos al escuchar mis amables palabras. No se las creía. El pobre hombre había estado recibiendo regañinas por mi parte durante todos esos días y no estaba bien. No se las merecía. Así que puse a prueba mi recién descubierta teoría sobre ser altruista y le ofrecí una disculpa.

Un millón de placeres culpables |Anahi y Alfonso| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora