02 -Oferta Dos Por Uno-

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ANY

¿Por qué estaban siempre las habitaciones de hospital tan frías? Era como si la mano cruel de la muerte hubiera entrado y robado toda la calidez del lugar. No importaba lo cálida e invitadora que el hospital intentara hacer que pareciera la habitación que básicamente iba a ser la última que tu ser querido iba a ver en su vida. Darte cuenta de que alguien a quien querías estaba en las últimas, ya fueran días, horas o incluso minutos, hacía que la decoración fuera irrelevante. Y luego estaba el olor: productos químicos mezclados con fluidos corporales, enfermedad y muerte. Lo hacía todo demasiado real, y quería huir de allí lo más rápido posible, encontrar a Alfonso, y no lidiar con la muy posible realidad de que iba a perder a mi madre. Pero no podía. Por un lado, nunca me perdonaría si estas fueran las últimas horas de mi madre y yo no hubiera estado ahí; y por otro, Alfonso me había rechazado. Además, sería como huir de un problema solo para tener que enfrentarme a otro que podría ser igual de desesperanzador.

Estaba donde necesitaba estar. Al igual que yo formaba parte de mi familia, Dez se encontraba justo a mi lado, y Polly también.

Gracias a Dios que ella había pensado en traerme algo de ropa más calentita que el pequeño atuendo rojo pu*tero que había llevado puesto antes. A mi padre le habría dado probablemente un ataque al corazón y habría terminado en una cama de hospital junto a mi madre si me hubiera visto con ese modelito. Así que aquí estaba, mirando a través de la ventana, vestida con un suéter negro y pequeño a modo de vestido y unas botas negras. Nada elaborado ni nada sexy. De hecho, era casi deprimente, pero pegaba con cómo me sentía por dentro. Mi corazón, vacío y hueco, todavía lloraba la pérdida de Alfonso, pero mi alma se preocupaba de que la desalentadora oscuridad que cubría mi cuerpo fuera en realidad un augurio de algo incluso más mórbido, como la pérdida de mi madre. Por muy devastador que fuera perder al único hombre que probablemente amaría nunca, si perdía a mi madre, sería increíblemente difícil encontrar la voluntad para seguir viviendo.

El frío que sentía en el pecho se amplificó por diez con ese mero pensamiento. Mi madre era mi mejor amiga. Siempre lo había sido. No de la misma forma que lo había sido Dez, o incluso como había llegado a convertirse Polly. Mi madre era algo más. Me conocía mejor que nadie porque yo era una viva extensión de ella. Esa mujer podía decir lo que pensaba o sentía sin yo tener que decir ni una palabra. Y con más experiencia bajo el brazo, sabía lo que necesitaba oír y cuándo necesitaba oírlo, y me hacía escuchar aunque no quisiera hacerlo. La mayoría de los niños odiaban admitirlo, pero mi madre tenía razón casi el cien por cien de las veces. Así que no volver a ver su cariñosa sonrisa otra vez, no volver a escuchar su risa contagiosa, no volver a sentir el cálido confort de su abrazo, no volver a oler su perfume de almizcle blanco... No podía siquiera concebir el pensamiento.

—¿Any? ¿Quieres un café? —me preguntó mi padre y me sacó de mis pensamientos.
Me giré y le regalé una sonrisa tímida. Así era Enrique. Su mujer estaba muriéndose y él no podía hacer nada por evitarlo, así que se buscaba algo o a alguien diferente de quien cuidar en su lugar. Acepté su oferta y reparé en la delgadez de su rostro. Sus ojos tenían oscuras ojeras debajo, y a juzgar por la avanzada barba que llevaba, obviamente no se había afeitado en bastante tiempo. Sabía que darle la charla sobre tener que cuidarse mejor no haría nada bueno, así que lo dejé pasar.

A la vez que bajaba la mirada hacia la figura durmiente, me acerqué el vaso de cartón hacia el pecho con la esperanza de que pudiera calentar el frío de mi corazón. En realidad, lo único que haría que me sintiera mejor sería la completa recuperación de mi madre, aunque el cobijo que los brazos de Alfonso me daban cuando estaban a mi alrededor, mientras su tranquilizadora voz me prometía que todo iba a salir bien, probablemente habría ayudado bastante. Lo echaba de menos, y deseaba con desesperación que estuviera aquí conmigo, pero el destino aparentemente había tenido otros planes para nosotros. Tenía gracia cómo se habían desarrollado las cosas. Alfonso me había liberado de nuestro contrato justo a tiempo para poder ver morir a mi madre y para ser capaz de quedarme en casa a cuidar de mi padre durante lo que sería seguramente para él una existencia miserable sin tener a su esposa a su lado. Me preguntaba si la vida en pecado que había empezado con Alfonso había causado que el karma se girara para darme una rápida patada en el cu*lo.

Un millón de placeres culpables |Anahi y Alfonso| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora