01 -Yo Primera

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ALFONSO

Alejarme de Anahí Puente fue lo más duro que tuve que hacer en la vida. Y eso ya era decir bastante si teníamos en cuenta que había sido el responsable de la muerte de mis padres y posteriormente había heredado una compañía multimillonaria, el Loto
Escarlata, que dirigía junto a mi enemigo mortal,
David Stone.

David había sido una vez mi mejor amigo hasta que volví de un viaje de negocios y me lo encontré tirándose a mi chica, Julie, en la bañera. No hacía falta decir que Julie ya no era mi chica. Una paria, sí, pero mi chica, no. Todos esos sucesos me habían llevado sin darme cuenta hasta Any. Todavía no tenía muy seguro si debía estar resentido o feliz sobre ese hecho.

Había oído hablar de una organización clandestina que procuraba mujeres para venderlas al mejor postor. Todo era muy ilegal, por supuesto, tal y como debería ser el tráfico de personas, ya fuera voluntario o no. No obstante, estas mujeres accedían a convertirse en la propiedad del ganador de cualquier forma que estos requirieran. Yo puede que
no haya confiado en las mujeres tras el fiasco Julie/David, pero era un hombre y tenía necesidades, al igual que cualquier otro hombre. Así que cuando oí hablar sobre la subasta, esta pareció ser la mejor ruta que seguir.
Scott Christopher era el propietario del Foreplay, un club que de cara al público se encargaba de las trastadas que vinieran a hacer los universitarios, mientras que por detrás se llevaban a cabo las subastas. No me gustaba Christopher en lo más mínimo, pero no había ido allí para hacer amigos.
Solo había tenido un único propósito en mente, y yo siempre conseguía todo lo que quería. Anahí Puente era una virgen de veinticuatro años. Inmaculada, indómita. Perfecta. Los dos millones de dólares que pagué por poseerla durante dos años fueron, desde luego, una muy buena inversión. Dos años para hacer con ella todas las gua*rradas que quisiera, como y cuando yo quisiera. Y lo hice. Aunque no había esperado que tuviera cero experiencia con el se*xo, me gustó ser yo el que llegara a enseñárselo todo. Era una alumna excelente.

Aceleraba el proceso de su educación hasta el punto en que yo mismo pensé que la mujer iba hasta a matarme. Un bonus añadido era que venía armada con una actitud respondona. Pensarás que aquello sería un desencanto. Pero en realidad fue más bien lo opuesto; no había hecho más que ponérmela más dura. Dimos muchas vueltas y otros tantos cabezazos, pero al final la cosa siempre terminaba con mi po*lla enterrada hasta el fondo de su delicioso co*ño y ella gimiendo mi nombre. Yo era un dios del se*xo y ella otra diosa; hasta que descubrí que en realidad ella era un ángel y yo, el diablo disfrazado.
Si hubiera sido la mitad de listo de lo que había pensado que era, habría contratado a alguien para que investigara el pasado de Anahí desde el principio. Pero no. Era un ca*brón salido sin moral ninguna, de ahí que hubiera comprado a un maldito ser humano.
Al final resultó que Anahí Puente había llevado a cabo el mayor de los sacrificios. Se había vendido a sí misma para salvar la vida de su madre. Marichelo Puente necesitaba un trasplante de corazón. El problema era que la familia Puente no se lo podía pagar, ni tampoco tenía seguro médico. Enrique, el padre de Any, había perdido su trabajo tras haber faltado tanto por cuidar de su mujer. Las empresas estadounidenses podían ser unas ca*bronas insensibles a veces, preocupándose más de los beneficios que de las personas que eran la razón de que las cosas les fueran tan bien. Pero lo hecho, hecho estaba. Todo lo que podían hacer era luchar por seguir adelante y aferrarse a la esperanza.

Esa esperanza vino con los dos millones de dólares que pagué por Any.
Qué altruista de mi parte. No creo que aquello hubiera sido lo que mi querida madre fallecida, Elizabeth, hubiera tenido en mente cuando comenzó con la campaña benéfica en el Loto Escarlata. Alfonso sénior tampoco habría aprobado mi decisión en lo más mínimo.

Una vez que descubrí lo que le había hecho a Any, supe que no podía seguir con la situación. Me había enamorado de ella. Hasta las trancas. Y aunque casi me matara admitirlo, sabía que tenía que dejarla ir. Ella tenía que estar al lado de su madre, no en mi cama.

Un millón de placeres culpables |Anahi y Alfonso| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora