08 -La Burbuja se rompe-

109 12 0
                                    

ANY

Me quedé allí de pie en la ventana y mirando a Alfonso.
Estaba medio desnudo. No llevaba camisa, ni zapatos, solo un par de empapados vaqueros que se habían amoldado a su exquisita figura. Tenía el pelo pegado a la frente, sus largas pestañas lucharon contra las gotas de lluvia y su lengua salió para capturar una de aquellas perfectas gotas que colgaban peligrosamente de su labio inferior. Y me miraba como si fuera la imagen más preciosa del mundo, aunque yo supiera que tenía un aspecto de lo más espantoso.

—Cásate conmigo.
Sus palabras vagaron hasta mí y atravesaron el implacable viento que amenazaba con aporrearlo hasta dejarlo todo golpeado y hecho un Cristo.
Sentí el corazón como si alguien hubiera usado desfibriladores conmigo. Las rodillas me temblaron y el suelo bajo mis pies pareció desvanecerse, así que me agarré con más fuerza al alféizar para intentar mantener el equilibrio.
Lo intenté y fracasé.
Me balanceé hacia delante hasta casi caerme por la ventana abierta, pero me agarré a la rama que tenía delante justo a tiempo.

—¡Any!
Alfonso me llamó con el miedo claramente patente en su voz ronca.
Tenía que llegar hasta él, saltar a sus brazos y envolverme en él. Bajar por las escaleras me llevaría demasiado tiempo y, maldita sea, era demasiado tradicional para nosotros. A la mi*erda, me dije. Ya que tenía medio cuerpo agarrado a la rama, gateé hasta ella con las gotas heladas pinchándome la piel desnuda y empapándome la camisa blanca que llevaba, la de Alfonso, la que me había traído conmigo.

—¡Vuelve a entrar por esa pu*ta ventana, Any, antes de que te partas el cuello! —me ordenó Alfonso.
Pero ¿desde cuándo escuchaba lo que me decía?
Conseguí pasar de esa rama a la otra inferior; ya solo me quedaba una antes de poder saltar a sus brazos. Fue entonces cuando la patosa que vivía en mi interior decidió hacer acto de aparición. Sí, ahí estaba yo intentando hacer una gran hazaña, y esa loca asquerosa se dispuso a partirse la crisma, fea y deforme.

—¡Ah, mierda! —grité y perdí el equilibrio.
Imagina mi sorpresa cuando mi cuerpo no tocó el suelo duro y frío, sino una pared de piel. Alfonso había evitado mi caída con su cuerpo, pero el impacto hizo que ambos nos tambaleáramos.
Me puse de pie y bajé la mirada hasta él todavía fascinada por que estuviera allí de verdad. Un trueno rugió en la distancia, pero nosotros no compartimos ni una palabra. Nos quedamos allí tumbados en el barro mirándonos el uno al otro. Su mirada estaba absorta sobre la mía, y yo busqué sus ojos para ver si podía encontrar algún ápice de arrepentimiento con respecto a su inesperada proposición.
No lo vi.
Lo que sí vi fue un anhelo que competía con el mío, una certeza que disipaba cualquier duda, una verdad que reflejaba la mía propia. Amaba a ese hombre, y él me amaba a mí, y todo tenía sentido.
Tensó los músculos de la mandíbula. Alargó las manos y me acunó el rostro con ellas. Luego exhaló lentamente y me apartó un mechón de pelo mojado que tenía sobre la frente.

—No quiero volver a estar separado de ti. No puedo hacerlo.
Su voz estaba rota, abatida.
Yo me sentía de la misma forma, pero las palabras se me quedaron estancadas en la garganta, sepultadas tras una miríada de emociones insondables. Así que como mis habilidades de comunicación verbal habían dejado claramente de funcionar, hice todo lo que pude para expresar mis sentimientos a través de otros medios. Lo besé como nunca lo hube besado antes. Me perdí en Alfonso Herrera. Todo lo demás en el mundo dejó de existir: la implacable tormenta, el hecho de que eran las cuatro de la mañana, los ladridos de los perros de los vecinos.
Alfonso nos giró hasta estar retorciéndome debajo de él, haciendo todo lo que podía por acercarme más y más a él. Al sentir mi desesperación, enganchó mi pierna desnuda a su cadera. La empapada tela de sus vaqueros presionaba justo contra mi sexo y gemí contra su boca. Él siempre sabía lo que necesitaba, y siempre se ocuparía de mí tal y como me había prometido.

Un millón de placeres culpables |Anahi y Alfonso| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora