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"Deberían ver sus caras."

En la tranquilidad de la noche sumida por el silencio e iluminada por las estrellas y la luna, Sumi se encontraba en la habitación que Tōya compartía con Natsuo para cerciorar que todo estaba en orden.

Era una costumbre que agarró desde el incidente de hace cuatro meses, todavía no podía olvidarlo y estaba segura que nunca lo haría. Sentía la necesidad de visitar la habitación que compartían los albinos -porque Tōya ya no tenía rastro alguno de su cabellera rojiza- de la familia porque temía que otro accidente ocurriera de nuevo.

Además, la noche era el único momento del día en el que podía acercarse a Tōya y que este tuviera la guardia baja. Podía acariciar su cabello con tranquilidad, sin temor a que intentara atacarla. Incluso si se despertaba en medio de la noche, no intentaba nada que pudiera lastimarla en cualquier aspecto. Era como si volviera a ser el niño de cinco años que tanto adoró y se pegó a ella como chicle.

Fueron tiempos bonitos, ahora solo podía reproducir esas memorias en su mente cuando extrañaba esa versión de él. Siempre supo que los niños al crecer cambiarían, pero no esperaba que Tōya terminara de tal manera. El caminó al que fue obligado a terminar estaba lejos de lo que alguna vez esperó para él.

Tal vez no debía sentirse tan culpable o decepcionada de sí misma. Ninguna madre querría o esperaría que su hijo termine yendo por el camino que más daño le causaría, si algo tienen en común todas las madres es que siempre esperan lo mejor para sus hijos y Sumi no es la excepción.

De todas formas, el pensamiento de que le falló siempre estaría presente y dudaba que en algún momento abandonara su mente. Solía sobre pensar demasiado y ese sería su problema en el futuro.

Para cuando el sol salió y comenzó a reflejar sus rayos en partes específicas de la casa, la matriarca de la familia se levantó con prisa puesto que debía preparar el desayuno y el almuerzo lo más pronto posible, lo cual ahora veía difícil ya que se había levantado muy tarde pese a tener su alarma puesta.

Ese día tenía un evento importante por la noche, pero le llevaría tiempo arreglarse tanto a ella como a los niños, porque sí, planeaba llevarlos consigo. El evento era privado de la empresa y sólo asistirían algunos modelos y diseñadores externos como invitados, así que no tendría ningún problema.

Sai también estaría presente y se ofreció a ayudarla a cuidar de sus hijos, lo que ciertamente sería de mucha y estaba agradecida con ella incluso si todavía no le había brindado su ayuda. Nunca podía agradecerle en totalidad por todas las veces que la ayudó y salvó de ciertos dilemas, tener una amiga como la de orbes azules era casi como una bendición. Sai era un ser de luz.

Obviamente Enji no estaba invitado, no quería tenerlo cerca en un evento tan importante. Se fijaría más en lo que harían o no los niños y terminaría por arruinar todo, como siempre lo hacía.

Mantenerlo lejos era la mejor opción por ahora. Desde el nacimiento de Shōto y el incidente de Tōya se encontraba más... colérico. Si es que eso era posible.

—Ahora tengo que despertar a los niños —musitó en voz baja una vez terminó de cocinar.

Miró el reloj, sus manecillas marcaban las 9:28. Ese día, verificar la hora sería algo que haría reiteradas veces porque no quería que el tiempo jugara en su contra y las cosas le salieran terribles en medio de su desesperación.

Afortunadamente, días anteriores se la pasó en tiendas para encontrar la vestimenta y el
calzado que usaría tanto ella como los niños en base a sus gustos y comodidades, al menos en ese aspecto estaba un poco menos ajetreada. Lo único que tendría que hacer sería vestirlos y peinarlos -específicamente a Fuyumi-, lo cual no era algo difícil para ella.

FAMILY LINE | bnhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora