NADA

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No se puede describir se siente en cada parte de ti, como cortadas que no encuentras y no están.

Te ahogas en tu propia sangre durante la noche, se dice que al crecer vives el duelo para dejar de ser una niña y comenzar a ser una adulta.

Yo era una niña jugando a ser una persona mayor, una niña que pensaba que de esa manera podía estar protegida, cada cosa que amaba le daba dolor.

Un dolor que le recordaba lo que un día fue y por miedo ya no podía cerlo, estar escondida entre todo lo demás era estar protegida para ella.

Estaba sola entre las gotas que caían de la lluvia y buscaba el calor en ellas, no le hacían daño al contrario era como borrarse heridas que aún permanecian abiertas entré la sangre y el dolor.

Se cocía con aguja y hilo, su cuerpo se convirtió en un trapo viejo con demasiada suciedad, en cabello y sus ojos, estaba sucia y mugrosa, no importa cuánto se lavara, siempre quedaba una mancha.

Así pasaron más de 8 años, escondida en el rincón como una muñeca sin decir nada intentando curar sus heridas, las cocía una y otra vez.

Lloraba cada que se abrían de nuevo, cuando alguien la miraba cuando alguien le preguntaba cómo estaba.

Cómo le dices a una persona que estás muriendo por dentro que cada parte de ti está rota, en lugar de decirle lo mucho que nesecitas ayuda te limitas a responder un...

-Estoy bien- la sonrisa es la que más duele.

Duele por qué realmente no quiere estar ahí, el llanto te lo tragas amarga tu boca y garganta como si estuviera atorada en el medió.

El estómago te duele y te dan ganas de vomitar.

La pandemia llegó como un saludo a todo lo que sentía, un derrumbe que me decía que me quedara en la cama todos los días.

Las letras se convirtieron en una salida, las historias en una puerta entre abierta de la realidad y lo que no me dejaba dormir.

Un bucle y un mounstruo que me visitaba todas las noches y me llenaba de pesadillas, cosas insignificantes me recordaba lo serca que estaba de la depresión y lo serca que estaba de comensar a despedirme.

Primero se vino como un sueño, uno en el que descansaba por fin.

Uno en el que ya no había llanto ni miedo.

Uno en qué la muerte me habla y me brindaba ayuda, me daba su mano.

Y quería dársela.

Pero algunas personas me tomaban de la otra mano.

EL CALOR DE LA LLUVIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora