Capítulo 5: Juramento de Sangre

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Los habitantes de Nortchland observaban con asombro aquel lujoso carruaje, cuyas ornamentadas incrustaciones de oro relucían bajo el resplandor del sol matutino. El vehículo, propiedad de un noble de renombre en la región, se deslizaba majestuosamente por las empedradas calles hacia el imponente Palacio de Ivar, una obra maestra arquitectónica que dominaba el horizonte con su esplendor.

Al llegar a su destino, dos lacayos elegantemente ataviados, con librea impecable, se apresuraron a abrir las puertas del carruaje con reverencia, como si estuvieran desvelando un tesoro sagrado. De entre las sombras del interior emergió una figura femenina de una belleza extraordinaria, cuya presencia parecía dotada de un encanto celestial.

Con cabellos pelirrojos que caían en cascada sobre sus hombros, ojos verdes como esmeraldas que destellaban con misterio y una tez pálida y suave como la nieve recién caída, la doncella irradiaba una gracia y una elegancia que desafiaban toda descripción terrenal. Su porte, digno de la realeza, proclamaba su linaje noble y su refinamiento.

Uno de los lacayos, visiblemente impresionado por la presencia de la dama, se adelantó con reverencia, ofreciéndole su mano para ayudarla a descender del carruaje con la gracia de una flor que se abre a la luz del día.

"Señorita Liselotte", proclama el hombre con una voz impregnada de respeto y solemnidad, su mirada fija en la joven con reverencia, "Es mi deber informarle que su honorable hermano, el ilustre Gran duque de estas tierras, así como sus distinguidos acompañantes, se encuentran en ruta hacia el Palacio de Ivar en este mismo instante".

Ante la noticia, Liselotte asiente con una elegancia propia de su linaje, sus ojos verdes destilando serenidad y determinación. "Agradezco la información, buen hombre", responde con voz suave pero firme. "Espero que los nuevos vestidos hayan llegado ya. Me complacería examinarlos".

El hombre, consciente de la importancia de la petición de la joven, responde con diligencia: "Por supuesto, madame. Los vestidos aguardan su inspección en las estancias designadas para tal fin. ¿Desea que los traiga de inmediato?".

Liselotte asiente con un gesto grácil y se dispone a adentrarse en los dominios del palacio. Sin embargo, antes de partir, agrega con una determinación apenas velada: "Y por favor, informe a mi hermano que tengo una conversación pendiente con él. Es de suma importancia".

El hombre inclina la cabeza con respeto y se apresura a cumplir con la solicitud de la joven, consciente de la importancia de sus palabras y la seriedad de su tono.

La hermosa doncella avanzó con gracia por el umbral del majestuoso palacio, sus pasos resonando en el suelo de mármol pulido mientras admiraba la impresionante arquitectura barroca que rodeaba el lugar. Las columnas ornamentadas y los detalles intrincados resaltaban la magnificencia del edificio, un monumento a la opulencia y al buen gusto.

Las enormes puertas de madera se abrieron de par en par ante su llegada, revelando un interior igualmente deslumbrante. La doncella se encontró inmersa en un salón dorado, donde la luz del sol se filtraba a través de los elaborados ventanales, bañando el espacio en un resplandor celestial.

El salón, una obra maestra de la arquitectura barroca, emanaba una sensación de grandeza y refinamiento. Las paredes, adornadas con intrincados diseños en relieve, contaban historias de épocas pasadas. El techo alto se perdía en la distancia, decorado con frescos que representaban escenas mitológicas y alegóricas.

Con una superficie que abarcaba aproximadamente mil metros cuadrados, el salón era un testimonio del poder y la riqueza de sus dueños. Cada detalle, desde los muebles lujosos hasta las obras de arte que adornaban las paredes, hablaba del gusto exquisito y la extravagancia de aquellos que habitaban el palacio.

Sombras de Guerra: La Guerra de las garras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora