Daysi estaba de pie en el pasillo desafiándolo con su adolescente metroochenta de estatura.
— ¿Porqué tengo que ir a casa de tía Gema?
—Porque es lo que haces los sábados si tengo que ir a trabajar —contestóHarry mientras se ponía su traje para ir a trabajar atarse los zapatos, con un ojo puesto ansiosamente en su hija y el otro en elreloj de la mesilla—. Y si estás en casa de Janet no tengo que preocuparme por ti.
—Claro, entonces no es por mi bien sino por el tuyo —replicó Daysi clavando unos ojos acusadores de color azul cielo en su padre demenor estatura.
—Oye, ¿por qué no hablamos de esto esta noche? —le rogó Harry Daisymientras rebuscaba dentro de su armario una corbata.
—Tengo trece años y no soy tonta. No se me ocurriría beber ni drogarme...—Espero que no —murmuró Harry y estremeciéndose al pensarlo.—No soy como eras tú. Soy muy sensata y madura para mi edad... —¿Por qué tengo a veces la impresión de que no piensas gran cosa demí? —Papá, estás destinado a preocuparte por todo. Caíste enmanos de un desgraciado que te abandonó a los diecisiete años y hasestado pagando por ese error desde entonces cargando conmigo —lerecordó Daysi—. Pero no voy a cometer el mismo error. A no ser queun atractivo multimillonario llame a la puerta mientras estás fuera,no hay peligro. Sólo quiero ir de tiendas con Susie y comprarme algode ropa. Las prendas más bonitas ya se habrán vendido si esperohasta esta tarde...
—¡Nunca has sido una carga para mí! —protestó Harry.
—Papà...no tenemos tiempo para hablar de eso. ¿Puedo salir? —suplicó Daysi.
Harry atravesó apresuradamente las puertas de cristal de Elite Estatesexactamente
cuarenta y cinco minutos más tarde, sin aliento y agobiado pero tratando deno parecerlo. Su jefe, Giles Carter, había telefoneado a primera hora para decirle que la epidemia que se estaba extendiendo en laagencia había dejado en cama al favorito del equipo de vendedores,Barry el Piraña, como lo llamaba Harry en privado. Su presencia eranecesaria para atender al último nuevo cliente de Barry en lo quepodría haber sido su esperado día libre.
Harry llevaba trabajando diez años en Elite Estates y no se hacíailusiones respecto a su política. Había escalado puestos con grandificultad y pese a la desventaja de su sexo, su corta estatura y suaspecto juvenil. Sólo las altas cifras de ventas habían hecho queGiles lo tomara en serio, pero seguía asegurándose de que negociaracon las propiedades de poca monta.
—Giles ha telefoneado dos veces preguntando por ti —le advirtió Joyce enrecepción—. ¿Te has fijado en la limusina que hay aparcada a lasalida?
Harry había entrado demasiado deprisa como para fijarse en nada. Se volvió y vio el impresionante vehículo metalizado.
—Su dueño te está esperando. El hombre más imponente que he visto enmi vida —suspiró Joyce lánguidamente—. Por desgracia, una rubia imponente salió del coche detrás de él.
Una pareja... Ojala que los dos todavía se atrajesen y respetasenmutuamente. Harry había tenido algunas experiencias terribles conparejas que no habían sido capaces de ponerse de acuerdo sobre elhogar de sus sueños y habían dado marcha atrás a la compra en el último momento.
Llamó a la puerta de la suntuosa oficina de Giles y entró directamente.Fue a la mujer a quien vio primero. Estaba mirando la hora con una pequeña mueca de fastidio y una fabulosa melena dorada escondía parcialmente sus rasgos. Un hombre alto, curbilineo y pelo castaño lacio estaba de pie de espaldas a la puerta. Se giró al oírlo entrar pero Harry y no pudover surostro porque la intensa luz del sol que entraba por las ventanas se lo impedía. Giles la miró con exasperación.
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El Engaño
RomanceHarry siempre recordaría su fugaz matrimonio con Louis Tomlinson siendo aún un adolescente. Louis se cansó de él pocos meses después de la boda, así que Harry lo abandonó para dar a luz a su hija en soledad. Louis volvió a irrumpir en su vida y Har...