Capitulo 9

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En el sueño de Harry, el bebé más perfecto del mundo yacía ante su vista sin que nadie lo reclamara. En el momento en que tendió los brazos ansiosamente para tomar posesión de él, un par de manos crueles llegaron primero.

—Dije que no —intervino la voz de Louis en tono de gélida desaprobación, y la seductora imagen de aquel encantador bebé de dulce aroma se desvaneció.

Harry se despertó con sollozos ahogados. Una doncella estaba corriendo las cortinas. Estaba en la cama pero estaba solo. Tenía un confuso recuerdo de gozo al sentir unos brazos masculinos que lo levantaban y otro de aflicción cuando aquellos brazos lo depositaron enseguida en el frío abrazo de la sábana. Sus mejillas enrojecieron. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que Louis se diera cuenta de que huía en dirección contraria porque no podía controlarse si se acercaba demasiado? ¿O ya se daba cuenta?

Cuando los pasos de Harry resonaron en las escaleras veinte minutos más tarde, Louis salió del salón. Un haz de luz brilló en su exuberante cabello castaño, hizo centellear sus ojos y marcó sus rasgos de escultura clásica. Harry se quedó helado al sentir una intensa excitación sensual al verlo. No podía apartar los ojos de él y las cuchillas de su deseo insaciable lo atravesaron cruelmente. Louis echó la cabeza hacia atrás y lo contempló con ojos entornados y pícaros.

—Sabía que dormirías hasta tarde. Has pasado la noche muy inquieto —le dijo Louis y Harry se sonrojó—. Vamos a almorzar fuera de casa.

Había un Ferrari aparcado a la entrada de la casa. Le resultaba algo familiar, pero Harry no fue capaz de ver la conexión. Subió al interior con las piernas temblorosas, apenas consciente de lo que hacía. Una voracidad ilimitada se había apoderado de 'el. Levantó una mano para echarse atrás el cabello y fue plenamente consciente de su pecho hinchado y de la dolorosa rigidez de sus pezones.

Poco después, en el tenso silencio, Louis detuvo lentamente el coche en un área de descanso que quedaba oculta de la carretera por una tupida línea de árboles. Había algo increíblemente familiar en aquella vista, pero Harry no se percató de qué era, sólo se quedó más confundido. Con un ademán aparentemente natural, Louis soltó el cinturón de seguridad de Harry.

—Mereces estar agonizando —murmuró con suavidad—. Eres un pequeño brujo testarudo. Podrías probar a confiar en mí...

— ¿Confiar en ti? —repitió Harry sin poder razonar.

—Si yo puedo perdonarte por lo de Daysi, tú puedes perdonarme por ser tan orgulloso como para no ir a Londres en tu busca.

Harry se quedó sin respiración. Con unas pocas palabras, Louis había derribado los muros que había entre ellos como si hubiera adivinado que su desconfianza nacía del tremendo dolor que había sufrido tras su separación. Louis se inclinó sobre el ruloso con ojos ardientes que lo cautivaron.

—Y aquí, ahora... es donde volvemos a empezar. Tú, yo, nada más. Como un muñeco programado, Harry levantó una mano torpemente y deslizó un dedo por la curva sensual de sus labios.

—Te amé tanto —susurró con voz quebrada recordando su aflicción. —Eso lo cambia todo, piccolo mío —le dijo con una vibrante sonrisa. Louis separó los labios para atrapar aquel dedo intruso y lo lamió con la lengua. Harry emitió un ronco gemido y sintió un intenso dolor en la entrepierna. Sus párpados cubrieron sus ojos empañados por la pasión y arqueó la espalda escurriéndose lánguidamente en el asiento. Aquella respuesta sumisa despertó un ahogado gemido en Louis, que deslizó una mano por debajo de la camisa y exploró la piel suave de la parte su pecho. Las piernas de Harry se abrieron suavemente. El mero roce de un dedo en el calor ardiente y la humedad que sentía por debajo de sus Boxes de seda lo redujeron a un trémulo sometimiento.

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