Las elecciones para la candidatura estatal, un evento que se alzaba con desagradable ego.
La ciudad, enterrada bajo un manto de nieve sucia y helada, era un laberinto de calles angostas y edificios decadentes. La débil luz de los faroles luchaba por atravesar la neblina gélida, proyectaban sombras largas y siniestras sobre las paredes empapadas de humedad. Los carteles de los candidatos, medio arrancados y desfigurados por el frío implacable, se mezclaban con los susurros de conspiración y desesperación que flotaban en el aire.
El Partido Progreso, cuyo nombre mismo parecía una cruel ironía, se regodeaba en la corrupción. Sus líderes, figuras envueltas en abrigos de lujo que ocultaban corazones de hielo, se reunían en banquetes opulentos, riendo con una hilaridad vacía mientras sellaban acuerdos infames lejos de los ojos del pueblo. Prometían un futuro de innovación y esplendor, pero sus palabras eran como hojas muertas, arrastradas por el viento helado de la indiferencia.
Por otro lado, el Partido de la Tradición se envolvía en un manto de conservadurismo
implacable. Sus líderes, figuras siniestras y autoritarias, empleaban el terror y la represión como instrumentos de poder. La policía, un ejército de sombras envueltas en capas negras, patrullaba las calles con un propósito implacable: acallar a los disidentes y aterrorizar a los indecisos. Los barrios más pobres, aquellos ya castigados por la miseria y el hambre, se convertían en escenarios de redadas brutales y arrestos arbitrarios.
Las noches de Conquet, ya de por sí lóbregas y heladas, se teñían de un terror casi palpable. En las profundidades de los sótanos oscuros, donde la luz no osaba penetrar, se llevaban a cabo reuniones secretas. Allí, en esas cavernas de desesperación, se fraguaban pactos oscuros y se tramaban traiciones con el susurro de voces ansiosas y desesperadas. El olor a humedad y el eco de los murmullos conspirativos eran los únicos testigos de estas siniestras maquinaciones.
Los ciudadanos, atrapados en esta telaraña de corrupción y miedo, se enfrentaban a una elección que les ofrecía poco más que ilusiones rotas y promesas vacías. Sus rostros, marcados por el sufrimiento y la resignación, reflejaban la oscuridad de sus corazones. En cada esquina, en cada mercado, se escuchaban los debates desesperados de aquellos que buscaban una chispa de esperanza en un panorama de desesperación.
Había convertido en un símbolo de la desolación humana. La lucha por la candidatura estatal era un espejo de la propia ciudad, donde la corrupción y la desesperanza reinaban sin oposición. En este paisaje de sombras y frío, la humanidad misma parecía desvanecerse, dejando solo el eco de sus gritos ahogados por el viento helado de la indiferencia.
La elección, en su farsa macabra, avanzaba inexorablemente, y Conquest, envuelta en su manto de nieve y tristeza, esperaba su destino con la resignación de un condenado. La batalla por el poder se libraba en las sombras, y el alma de la ciudad, atrapada en un ciclo interminable de corrupción y podredumbre.
ESTÁS LEYENDO
CONQUET
Historical FictionUna recopilacion de relatos entrelazados en un mismo mundo.